domingo, 27 de abril de 2014

Carta al futuro (desde el pasado)

Hola mi amor. Hoy te escribo una carta en el día en el que cumples 13 años.
Sé que la idea hoy te puede parecer horrorosa pero estoy segura que dentro de unos años podrás comprender muchas de las cosas que hoy he querido decirte. Es difícil entender a un chico de tu edad. Tenemos la triste capacidad de olvidar quiénes éramos nosotros mismos cuándo teníamos 13 años.
El mundo nos parece injusto.  Todo adulto piensa que hay que obedecer sin protestar. Nos parece una pérdida de tiempo dedicar estas horas a obligaciones que  no nos aportan nada. Nuestro cuerpo va cambiando cada día y no podemos comprender muchas de las causas ni de las consecuencias que esos cambios suponen para nosotros. 
Hace 13 años era un bonito viernes de primavera. La situación personal era complicada pero una gran felicidad me embargaba porque quedaba muy poco para tenerte entre mis brazos.
Mis hormonas andaban ya revueltas 2 años porque el embarazo había llegado cuando todavía no me había recuperado del primero Así que muchos de mis pensamientos estaba alborotados pero siempre supe desde el primer momento que te amaría siempre fueras como fueras.
Como niño eras un ser adorable, de grandes ojos almendrados, luminosos y expresivos. Rizos rubios, cuerpo delgado y atlético, sonrisa cautivadora.
Con los años tu carácter fue cambiando y te volviste un preadolescente exigente y chinchorro.
Tu inteligencia desbordante te hizo cambiar y dominar una situación familiar en tu propio interés. 
Y llegamos a hoy, otro 27 de abril. 
Metido ya en la adolescencia tu cuerpo ha crecido. Eres alto, muy guapo y muy rebelde. Hoy solo piensas en la play, un aparato infernal que te hace aislarte de todos nosotros en un mundo alternativo donde los tiros, a puerta o a los adversarios virtuales son todo lo que te interesa.
Hoy hablas como si lo supieras todo y no eres capaz de escuchar lo que tu padre o yo tengamos que decirte para tu bien.
Y sin embargo, a pesar de que en las últimas líneas parece que solo digo cosas malas, sé que eres un diamante en bruto y tienes un corazón muy grande con capacidad para amar mucho, incluso a nosotros.
Me resulta muy difícil escribir esta entrada mirando hacia el futuro más aún cuando intento vivir pensando en que lo importante es el presente. Pero soy consciente de que la barrera de la edad imposibilita que hoy puedas comprender todo lo que te quiero decir. 
No pretendo cambiar nada porque sé que esta es una fase necesaria y que yo también, como madre, debía pasar por ella. 
Hasta que no tienes un hijo (o dos) adolescente no sabes lo que es ser paciente. Son muchas las veces a lo largo de un día en la que te entran ganas de desaparecer por la puerta y no volver hasta que todos estén dormidos, porque la idea de que tus hijos pretendan decir siempre la última palabra te hace hervir la sangre.
Es en esos momentos de gritos, protestas, rebeldías y desobendiencias cuando llegas a comprender que a alguien se le escape la mano y suelte un tortazo a sus hijos adolescentes.
Es en esos momentos en los que la impotencia te hace morder los puños para contener la rabia que te supone sufrir faltas de respeto y no saber cómo salir del atolladero.
Es en esos momentos en los que piensas que habrías sido más feliz sin hijos, viviendo como cuando tenía 25 años, sin responsabilidades ni obligaciones hacia nadie que no fueras tú.
Es en esos momentos en los que te sientes frustrada porque no has conseguido formar a tus hijos como personas rectas y respetuosas, colaboradoras u ordenadas, cariñosas o responsables.
Pero aún así  el amor que te llena el alma al pensar en tus hijos borra y formatea todo lo malo de tus pensamientos y solo te apetece dar las gracias por tener estos hijos tan especiales en tu vida.
Porque, hijo mío, tú eres mi maestro cada día. Porque tú, hijo, me enseñas a controlar mi carácter cada día. Me llevas hasta el límite y me haces volver al inicio. Me haces subir y bajar, decidir y claudicar. Pero sobre todo me haces amar incondicionalmente y ese amor lleva asociado el sufrimiento. Para sanar es necesario pasar por muchas experiencias y tú, hijo, me haces mejorar interiormente día a día.
Hoy solo te dije "felicidades". Ni te di regalos, ni te preparé fiesta, ni organicé nada especial, te hice estudiar, ordenar la ropa y tuvimos un par de encontronazos, como cualquier otro día. Apretaste los dientes muchas veces y tuve que controlar mis manos para no manotearte por tu actitud.
Pero hoy, Riki, querido hijo, tenía que decirte que te quiero desde lo más profundo de mi corazón. Desde el día que descubrí de tu presencia en mi interior te amé como ni siquieras podrías sospechar, porque solo se ama así cuando se es madre o padre y yo solo llevo 14 años en este papel.
Solo espero que dentro de 5, 10 o 15 años puedas leer esta entrada y una sonrisa ilumine tu cara por este mensaje de amor de tu madre, desde hoy, tu pasado y mi presente. El amor es infinito...