lunes, 26 de abril de 2021

Dos décadas

No hay declaración de amor más potente que la que se le dedica a alguien que surgió de tus entrañas. Ni regocijo más emocionante que la sonrisa de ese bebé, ese niño, adolescente o incipiente adulto en el que se convierte tras dos décadas de vida. 
Pero tampoco hay dolor más intenso que el que se siente cuando ves enfermar, alejarse, perderse en la vida o sufrir a ese ser al que pariste con una ilusión tan infinita que le prometiste protegerlo desde ese primer instante y hasta el último aliento de tu propia vida.

Y sé que no hay palabras humanas o divinas que puedan describir de una manera real el cúmulo de emociones que implica querer a un hijo siempre, haga lo que haga, te diga lo que te diga, por muy doloroso que resulte, aunque dejes de reconocerlo, porque no ha existido ningún escritor en la historia que sienta como yo siento y por quien yo siento.

En dos décadas hay tiempo para acertar, para equivocarse, para orientar o desentenderse; tiempo para compartir o ser independientes; para conducir o para dejar volar. 
Y habrá habido más aciertos que fallos; o al revés, habré errado más veces porque en dos décadas nadie me dio el libro de instrucciones de mis hijos y fui probando y fallando todos los días.
Y llega el vigésimo aniversario de mi segunda experiencia en la maternidad y, tras un año muy duro,  me siento feliz porque pude cumplir como madre: materialmente, a pesar de mis pocos recursos; emocionalmente, a pesar del desconocimiento de algunas realidades, terroríficas, que enfrenté; amorosamente, porque se perdona todo, se dan todas las oportunidades que existen en un corazón sin fondo...
Y repito, no hay palabras, y aún así trato de buscarlas para plasmar con ellas el amor que siento.
Y ya, de camino, felicito a mi querido hijo Ricardo Miguel, Riki en familia, por sus 20 años. Te quiero, hijo.