martes, 31 de agosto de 2010

La vuelta

En estos días he tratado de hacerme fuerte para volver. Resulta difícil enfrentarse a una situación que no sabes cómo será porque ya no conoces a quien te enfrentas. Evidentemente tras estos meses de reflexión veo las cosas de otra manera. He conseguido descubrir quien soy y lo que valgo y sé que ya nadie podrá hacerme sentir mal por su propia ineptitud.
Las vacaciones siempre reconfortan y te renuevan de energía para volver a la carga con ganas. Tengo ganas de ver a mis chicos, de volver a compartir con ellos esos momentos de descubrimento de cosas nuevas. Me encanta transmitir lo que sé y sobre todo me gusta saber que, pasados unos años, mis alumnos todavía recuerdan lo más importante de los que quise transmitirles.
Los sueños recurrentes acuden a mi mente cuando duermo. Tratan de darle una cara amable a un lugar que se convirtió el curso pasado en una pesadilla y creo que estoy preparada e incluso alegre, algo difícil de creer hace unos meses. Evidentemente sé que no será fácil porque todavía hay personas negativas que me van a rodear, pero mi encuentro con esa otra realidad me ha dado los mecanismos necesarios para recargarme de energía y ganas de vivir.
Una vez más soy un ave fenix renacido. Solo espero que este año no haya caída porque ya no soy la que era. Las ilusiones se centran exclusivamente en mi individualidad y la de cada uno de mis chicos y chicas...

sábado, 21 de agosto de 2010

Fuego



Todo estaba en calma. Tumbada en la playa fluvial de Janeiro de Baixo observaba como las nubes pasaban como algodones sobre mí en una paz total. Apenas una docena de personas en la playa nos sorprendimos cuando, de repente, oimos el sonido de más de una avioneta que nos sobrevolaba. Y entonces lo vimos. Las nubes se fueron tiñendo de color y tras la montaña aparecio el temido humo. Poco a poco como un hongo de explosion nuclear las llamas invisibles se iban alimentando de los cientos de pinos que sucumbían tras un nuevo incendio. La paz, rota por los aviones, se quebró completamente cuando dos helicopteros enormes se acercaban a nuestro camping con la intención de cargar líquido elemento en el rio en el que descansábamos.
El hongo crecía tras la montaña y la ausencia de viento permitió que como mudos espectadores observásemos las labores de carga de agua y descarga tras la montaña...La excursion que tenía prevista para la tarde quedó obligatoriamente cancelada cuando el sonido de las sirenas de los bomberos inundó el valle, bloqueando la carretera que necesitábamos coger para subir al mirador. El camping, en la otra orilla del río no corre peligro siempre y cuando el fuego no baje hasta el río y el viento no aparezca. Una tristeza inexplicable comienza a inundarte cuando piensas que, indudablemente el paisaje va a cambiar.
A medida que la tarde cae las embestidas de los helicopteros en el río son cada vez más frecuentes. El humo se va alejando y cuando el rojo de la puesta de sol se refleja en la montaña ya sé que todo está acabando. Lo han conseguido y estoy segura que la huella no ha sido muy grande.
Y ayer subimos al mirador. Todavía quedaban retenes de bomberos voluntarios que vigilaban el negro bosque. El olor quemado se colaba por las ventanas del coche y las lágrimas te anegaban los ojos aunque todo hubiese pasado. Desde arriba he visto la nueva cicatriz del bosque. Negra, hiriente...
Nunca viví un incendio desde tan cerca y lamenté ver morir unos árboles que embellecen este rincon tan aislado de todo y tan increiblemente hermoso.

miércoles, 18 de agosto de 2010

El día que nací

Cada 18 de agosto que pasa siento la necesidad de registrar mis pensamientos. Lo hago desde que tengo conciencia de que puedo transmitir mi interior a través de la escritura y un año más reviso qué ha sido de mí durante estos doce meses.
Hoy escribo desde mi tienda de campaña, perdida en la sierra portuguesa y con la perspectiva de pasar un día tranquilo frente al río Zézere. Desde mi portátil he podido acceder al resto del mundo y me sigo maravillando por las grandezas de la técnica que me permiten estar en contacto con el universo desde este rincón perdido.
Estos meses pasados, durante los que el 42 ocupaba mi existencia han tenido momentos de mucha tristeza y otros de gran tranquilidad y paz. He redescubierto a una Irene que llevaba mucho tiempo oculta, bajo una capa de estiércol que no la dejaba respirar. Cuando conseguir asomar la cabeza y dar una bocanada de aire limpio fue como volver a nacer. En este viaje de reencuentros han tenido mucho que ver este rincón virtual, que me ha ayudado a introducirme en lo más profundo de mi mente y los muchos amigos de siempre que no me han dejado. También me han ayudado mucho esos nuevos seres humanos, maravillosos, que han surgido durante estos doce meses en mi vida y que me han hecho ver que esa Irene era alguien especial y era una pena que yo misma no hubiese sido consciente de ello.
En cuanto a mis objetivos cumplidos este blog ha sido testigo de mi empeño tanto en el trabajo como en el estudio y en ambos ámbitos no conseguí lo que quería. He aprendido mucho más en estos meses de estudio que en muchos años de universidad y por ello no doy el tiempo por perdido. He conocido la forma de recargarme de energias positivas y rechazar a los muchos vampiros energeticos que me absorvían casi por completo...
Quedan muchas asignaturas pendientes, pero los parciales aprobados me han dado suficiente fuerza para tratar de reiniciarme como un ordenador y enfrentarme con optimismo a un nuevo curso, a nuevos retos de los que antes o después saldré victoriosa. El éxito viene cuando no se pierde la esperanza. Y por primera vez en mi vida me voy a desear a mí misma felicidades, porque me lo merezco....

viernes, 6 de agosto de 2010

La Naturaleza del Valle



Siempre me sorprenderá mirar por las ventanas y ver las montañas tan cerca. Llevo casi cuarenta años viniendo a este pueblo casi todos los veranos y me encanta sentir el sosiego que transmiten el paisaje y el valle.
El paseo hasta las Presillas se convierte en un auténtico placer cuando, al caer la tarde, volvemos por el camino de robles que lleva hasta el Paular. Me gusta adelantarme, mirar a esos árboles que año tras años consiguen desarrollarse gracias a que han vetado el paso de las vacas por esa vereda.

La llegada al Puente del Perdón me hace pensar en las personas que transitaban sobre el Lozoya hace unos cuantos siglos, cuando el Monasterio del Paular albergaba a muchos monjes que rezaban frente al maravilloso retablo que acoge su iglesia. Hoy todavía viven allí monjes que conservan los edificios y siguen rezando por nuestra sociedad que cada día va a peor. Cuando entonan los cantos gregorianos se abre la máquina del tiempo y me siento como una lugareña de hace algunos siglos. Consigo imaginarme vestida con otras ropas, imaginando realidades diferentes a mi vida actual.
Y sigo siendo la misma, sigo estando en el mismo lugar, pero las piedras que conforman el Monasterio tiene la magia de hacerme imaginar que soy otra persona dentro de mí misma.
Es el entorno el que permite todo esto. A pesar de los muchos cambios que la civilización trae, las montañas siguen siendo las mismas y los cambios producidas en su relieve no se pueden achacar al ser humano, sino a la Naturaleza, reina indiscutible de todo el valle. No se puede fabricar el frescor que llega de las montañas, ni el sonido del río Loyoza serpenteando por entre las piedras, no se puede fabricar el olor de los robles ni el azul del cielo. Por eso me siento una privilegiada, porque por encima del ruido del coche que pasa por la carretera o del politono del móvil del chico que corre, la Naturaleza manda y me transmite mucho más de lo que puedo percibir.

domingo, 1 de agosto de 2010

Por la bahía


El cielo encapotado engaña. Se funde con el pico de las montañas que vislumbro al otro lado de la bahía. Hace calor por estos lares. Es 1 de agosto y contemplo, desde lo alto la bahía de Santander. Un barco de vela rasga el horizonte. Los pájaros, insistentes repiten sus cantos y una ligera brisa refresca la tarde.
El paseo en barco hasta las islas ha sido muy agradable. Desde el mar la tierra parece distinta, imponente, desafiante y nosotros, desde el catamarán éramos como hojitas de papel, frágiles y fluctuantes.