jueves, 26 de enero de 2023

Descubrimientos

Se me ocurren mil cosas sobre las que escribir que pueden ser o no ser interesantes para el que llegue a este blog de motu propio o enlazado desde alguna red social. Supongo que mis visitantes o son personas que me quieren mucho y les gusta saber cómo va mi estado de ánimo, que suelo reflejar en mis escritos, o son personas que, por el contrario, solo llegan aquí para fisgar y tener argumentos para criticarme. A ambos grupos les doy la bienvenida y los invito a seguir. Como decía, se me ocurren muchas cosas sobre las que escribir que siempre se quedan en el tintero...

Una de ellas es sobre un descubrimiento que me ha venido sin pensarlo y que es difícil de interpretar por qué llega en este momento de mi vida. Es como mirar de soslayo una realidad a la que no estoy invitada pero que me incumbe muy profundamente y me hace replantearme si la brújula que me dirige está correctamente alineada con mi corazón. 

Otra es mi novela... esa que comencé a escribir hace doce años y que decidió tomar las riendas de mi vida de nuevo hace un año. Me ha ido dirigiendo de una manera increíble hacia las realidades alternativas que voy construyendo internamente y que van dando vida a múltiples personajes que hablan, sufren, son felices, experimentan pérdidas y recobran las esperanzas. Una novela en la que mucha gente conocida tiene un papel aunque igual no sean tan reconocibles para sí mismos, porque he querido evitar los problemas que hablar de algunas personas en concreto podrían acarrearme, así que confío en que no llegarán a reconocerse en sus avatares. 

A veces es un reto conjugar la realidad con la imaginación y llega un momento en que uno se confunde en si lo escrito pasó de verdad o solamente nació de un momento de inspiración clarificador.

Sin embargo los descubrimientos que me trae ese proceso han venido casi sin pensarlos y, me pregunto, ¿sería capaz de cambiar la realidad si en mis escritos proyecto mis deseos? Ese será mi nuevo reto para el año 2023: utilizar la capacidad infinita que tenemos los humanos para modificar la matrix hasta que se convierta en el lugar en el que queremos vivir, con las personas que amamos y facilitando la transición a la nueva realidad sin traumas. 


lunes, 16 de enero de 2023

El paso de los años


Hoy me miré al espejo. 

Parece que esta frase es una estupidez, porque todos nos miramos al espejo con frecuencia, ya que están por todos lados en nuestras casas, en las tiendas, en el coche...Sin embargo, si anoto esa frase así, aislada, es porque realmente hoy me he mirado al espejo, fijándome en lo que reflejaba y he visto el paso de los años.

Llevo dos días enferma, casi sin salir de la cama por culpa del típico resfriado invernal que nos arrasa la garganta y nos colorea la nariz de rojo de tanto sonarnos los mocos. He ido a trabajar, porque las pruebas de Covid y gripe que yo misma me he costeado han dado negativo y en Urgencias me indican que no hay placas en la garganta y no me dan la baja, así que haciendo un esfuerzo más que considerable, he cumplido mi jornada laboral tirando de un cuerpo que me pedía dormir más que otra cosa. Con voz de tabernero he hecho lo que he podido y he sobrevivido al esfuerzo.

Pero me he mirado al espejo. He visto las bolsas en mis ojos, los párpados caídos, las arrugas en la frente, las inseparables raíces de mis canas teñidas, las cejas salpicadas de blanco y el rictus de una marioneta partiendo desde los laterales de mi nariz hasta mi boca. He visto como el tiempo ha caído sobre mi cara de repente, casi sin darme cuenta, de improviso y a traición. Y probablemente esto lo estaba viendo todo el mundo que me ve a diario, porque solo conocen el aspecto exterior de Irene, pero yo me miraba por dentro y sentía esa jovialidad que la confianza me regalaba desde que me quiero más. La menopausia tardía me daba la falsa sensación de que aún era joven y vivía como tal.

No es que me importe cumplir años, es más, me alegro de avanzar en esta vida que sé que es efímera. Es evidente que las pérdidas de los últimos años me hacen más consciente de la fragilidad de cualquier situación, por muy rutinaria que nos parezca. En un milisegundo todo puede cambiar y dejamos de ser quienes somos de una manera radical.  Por eso no critico ninguno de los indicios del paso del tiempo sobre mi rostro. Pero sé que verlos, quizás de una forma diferente desde que mis ojos perciben las 3D y permiten intuir las profundidades (algo ilógico e incoherente al ser la imagen del espejo en 2 D)  me hace repensar qué hacer con lo que me queda de vida. Bueno, empecemos por hoy. Claramente dormir, hasta que mi cuerpo se recupere del todo.

Y en el hoy que viviré mañana, y pasado y el otro...habrá que introducir cambios. Últimamente, cuando me reúno con mis hermanos mayores (que son a los que veo, ya que Bea vive lejos y es la única menor que me queda) hablamos de los riesgos genéticos que acarreamos en nuestro ADN familiar: que si diabetes, que si riesgos circulatorios, hipertensión, hipotiroidismo... Realidades incuestionables que hay que tener en cuenta. Milagrosamente enfermedades como el cáncer no son habituales en mi familia, algo que agradezco en el alma porque no hay enfermedad que me parezca más cruel para el ser humano que esa. 

Partiendo de la predisposición genética a determinadas enfermedades, unidas a las que ya tengo desde hace años, toca tomar medidas tajantes para mantener cierta calidad de vida durante el tiempo que me toque seguir viviendo en este mundo ¿No? ¿Cuánto depende de mí? ¿Mucho, poco? Estas Navidades me vi obligada a renunciar a muchos de los típicos dulces que me pirraban. No sé cómo ni cuando se me desencadenó una alergia al sésamo que ha impedido que pruebe los mantecados, polvorones, hojaldrinas y hasta el roscón de Reyes. Ha sido un suplicio renunciar a tanta esquisitez y me he consolado con los turrones y mazapanes que no tenían esa semillita que tan mala me pone. Y bueno, he sobrevivido a las fiestas privándome de comer eso. Así que vamos a empezar tratando de alejar el azúcar todo lo que se pueda y, a continuación, si mi voluntad lo permite, los quesos curados que son mi segunda perdición. 

Ayer hice un pacto con mi hijo y creo que lo cumpliré, porque sé que mi salud va a repercutir en la suya, y a veces somos así, hacemos por los hijos lo que no somos capaces de hacer por nosotros. Así que vamos a ver si logramos dar un impulso saludable a la forma de enfrentar las próximas décadas. 

Hoy el espejo me dijo que ya no queda tanto para llegar a la meta, que el peso de los años está aquí y que solo quitando el peso de los muslos y el abdomen, consiga retrasar un poco el final que a todos nos llega. Es la carcasa, que se marchita, aunque por dentro siga siendo la Irene de siempre, con ganas de vivir y disfrutar de cada día (bueno, mejor mañana que hoy estoy chunga). ¡A por ello!


lunes, 9 de enero de 2023

Lo que ven mis ojos

Hoy quería volver al título de mi blog en lo que se refiere a mis ojos. Los que me han leído alguna vez saben que desde hace muchos años tenía problemas de vista y con dificultad me apañaba con la visión plana que me proporcionaba mi ojo derecho. El izquierdo solía agazaparse dentro de mis párpados inútil ante la vida cotidiana. Y así me acostumbré a vivir. 
Tras muchos años conviviendo con el dolor que la operación de miopía me había provocado, desarrollando la ectasia corneal, decidí dar el paso de aceptar la córnea  que algún generoso donante me regalaría cuando ya no la fuese a necesitar. Y confié, pero no sirvió de mucho. Bueno, sí, dolor se incrementó mientras los puntos de la sutura estaban pero fue desapareciendo. Tras esta experiencia fui consciente de que no parecía que la córnea nueva fuera a devolverme la vista en el ojo izquierdo, lo cual era bastante aterrador en cuanto a que el derecho podrá sufrir la misma suerte en cualquier momento. Así que indagué hasta descubrir las lentes esclerales. Durante un tiempo me funcionaron pero no me resultaban muy cómodas, por lo que no tenía muchas esperanzas de ver en tres dimensiones. 

Han pasado muchos años y un día del año pasado, compartiendo viaje en un blablacar conocí a una chica que me dijo que trabajaba en un centro óptico pionero en Sevilla. Le prometí que en cuanto tuviera la posibilidad iría a investigar si mi tuertez tenía solución.
Y ¡vaya si la tenía!. Cuando me probé la lentilla esclerar con la que ellos trabajaban mi mundo dio un giro total. Mi cerebro, loco, no era capaz de interpretar qué estaba pasando porque, de repente, pasé de la oscuridad a la más bella luz. Todo era níntido, con los dos ojos, había profundidad, volúmenes... Todo cambió a medida que aceptaba que la imagen estaba desdoblada y había que unirlas en una única.
Y así estoy hoy, probando durante muchas horas la lentilla que me ha devuelto la vista al 100%, la que me permite volver a mirar de reojo por la parte izquierda y que me evita golpes cotidianos por no saber calcular las distancias. Decir que estoy contenta es poco. Sé que pocos de los que me leen podrán entender la sensación que se produce cuando tras más de 20 años vuelves a ver todo como realmente es. El subidón es increíble. Ahora solo debo desear que la adaptación a mi ojo de este milagro sea el adecuado y no quede todo en un espejismo. 
Así que como los ojos físicos ya ven, daremos prioridad a todo aquello que los ojos internos nos enseñan y nos cuesta ver. No descuido esa parte y cada día que pasa le voy encontrando sentido a todas mis vivencias, hasta a las que me han hecho daño. Feliz vuelta a la rutina. Feliz 2023. Este lo veré de otro modo ¿No dicen que todo depende del cristal con que se mire? Pues por fin encontré mi cristal y lucharé porque todo lo demás cada vez sea más claro.