lunes, 30 de noviembre de 2009

A mi amiga

Querida amiga: Hoy me ví reflejada en tí. Ese dolor en tus ojos, ese temblor de tus manos. Tu voz acongojada ante mí.
He revivido el pasado, ese más amargo que viví y no he sabido cobijarte con mi apoyo ahora que tú reencarnas la persona que fui.
No te sientas abatida. Yo estoy contigo. Mi amistad debe ser un bastón para tí porque a veces un cojo puede enseñar a uno nuevo como se puede llevar mejor el paso para que esa herida no afecte al resto del cuerpo.
Eres valiosa, maravillosa y fuerte. Enfrentaste tus retos en el pasado y saliste victoriosa porque tienes una fuerza interna que ni tú misma conoces. No te rindas.
Cuando una puerta se cierra, otra se abre, y hay muchas puertas en el mundo. Ese portazo en tu cara no puede desarmarte. Usa las manos, empuja, que verás como el futuro abre esa puerta hacia tu verdadero destino. Son solo tropiezos que todos vivimos una y mil veces. Mira a tu alrededor que hay mucho bello. Aunque tengas la sensación de que siempre llueve porque tus lágrimas no te dejan ver el brillo que te rodea, el sol sigue ahí. Y si no lo ves, no importa. Somos muchos los interruptores que puedes pulsar para ver la luz. Aquí me tienes y debes contar conmigo. Tu dolor no debe crecer como un cáncer maligno que mata. Hay que atajarlo con amigos que te sirvan de refugio. No tengas miedo en buscarnos. Siempre estaremos aquí para tí.

martes, 24 de noviembre de 2009

El sueño

La otra noche tuve un sueño. Fue tan bonito que no tenía ganas de despertarme porque quería retener todo lo que veía en esa realidad, recordar todos los pensamientos que pasaban por la cabeza de la protagonista que, en definitiva, era yo misma.
No sé cómo llegué allí, pero lo cierto es que viajé al pasado. Como en una de esas películas que tanto me gustan me encontraba en la Sevilla de mi niñez.
Paseaba por la calle San Luis de hace al menos 35 años y hablaba con mi hija, que me acompañaba, de todos los cambios que había sufrido la ciudad en ese tiempo.
Es impresionante darse cuenta de las cosas que un cerebro puede recordar y voy a tratar de reproducir el sueño, y sobre todo, los recuerdos que afloraron esa noche mientras dormía.
Como en todo universo onírico, el traspaso de un lugar a otro se sucede de una forma mágica. Sin saber cómo has llegado a otro lugar y desarrollas allí unos pensamientos, sin replantearte siquiera, lo raro que supuso ese salto espacial.
Paseaba por la calle San Luis de hace mucho tiempo, y los edificios eran muy distintos a los de hoy. Había tramos completos de la calle que me resultaban desconocidos, y apenas los edificios emblemáticos de la calle me situaban espacialmente en lo que recordaba (en mi sueño yo recordaba el siglo XXI) de esa calle que recorro varias veces a la semana.
La Iglesia de Santa Marina estaba chamuscada. Sus muros aparecían ennegrecidos. Me sorprendió volver a verla así tras tenerla en mi mente del presente tan reluciente. Recordaba que mi padre me había contado que la habían incendiado y no sé porqué yo siempre pensé que aquel fuego provenía de la guerra civil. Será que cuando era pequeña era normal escuchar historias en las que las iglesias eran quemadas por los "malos" y eso fue identificado por mi mente infantil con la imagen de aquella iglesia. Después he sabido que tras la quema de esa iglesia en el 36 se había restaurado por completo durante los años 50 o 60...
Paseando de la mano de mi hija, le iba contando los recuerdos que volvían a mi cabeza. Quizás buscaba reproducirle cuantos datos me habían llegado a mí de alguna explicación de mi padre.
Al llegar a la plaza de San Marcos todo estaba tal y como yo lo recordaba. Parece que nada ha cambiado, y sin embargo descubrí que para mí los cambios era muchos.
Allí estaba el Tejidos San Luis originario, en una casa vieja y cansada que amenazaba con caerse algún día...
Busqué la tienda de ultramarinos de Fernando, aquel hombre amable que me reencontré muchos años después en otra tienda frente a la estación de San Bernardo. Entré y volví a ver los estantes de aquella tienda que de pequeña me parecían tan inmensos. No sé porqué junto a la tienda de Fernando ví una tienda de modas, con ropas expuestas en maniquíes. No soy consciente en la realidad de que allí, en algún momento haya existido tal comercio, pero en mi sueño aparecía, y hasta le dije a mi hija el nombre antes de llegar. Ahora tampoco soy capaz de recordar el nombre que le dije.
La confitería Burgos que aún hoy se conserva aunque con otro nombre y otros propietarios, tenia aquellos barquitos dulces que mi madre a veces compraba para que desayunásemos en casa y las carmelas, tan blancas y dulces y con su guinda roja, que tanto me gustaban de pequeña.
No estaban ni el banco, ni los bares que hay hoy en la plaza. La farmacia estaba donde ahora hay una bazar regentado por ciudadanos chinos, y en la esquina de la Farmacia actual estaba el Baldogar, aquel bar de barrio regentado por Baldomero, el camarero rollizo y amable con el perpetuo delantal blanco.
La droguería sigue en el mismo sitio y con el mismo aspecto y aire antiguo. Sigue oliendo a pasado, a detergentes y colonias de siempre. En mi sueño la llevaba un señor mayor del que no puedo recordar su cara.
Al otro lado de la plaza estaba el bar "La alegría de San Marcos". Aunque creo que fue instalado cronológicamente después del tiempo que debía estar viviendo en mi sueño, ahí estaba.
Y de repente estaba en la calle Enladrillada. Tan diferente y a la par tan parecida a la calle que es hoy en día.
Llena de casas bajas, medio en ruinas. Yo ya no era tan pequeña cuando pasaba por allí, por lo que supongo que en mi sueño yo había viajado, de repente, al principio de los años 80 y debía tener unos 14 años. Había una tienda en mitad de la calle, frente a Santa Paula, que venía tarrinitas redondas de nocilla unidosis. Las comprábamos cuando íbamos camino del instituto. Después supe que aquella tienda era de los "León", unos niños que iban al colegio de la calle Castellar y que mi hermano conocía.
Yo me preguntaba cómo una calle, casi en ruinas, podía llamarse Enladrillada y hacía juegos de palabras y la llamaba "Desenladrillada". Esa explicación se la daba yo, durante el sueño, a alguien, que ya no sé identificar si seguía siendo mi hija, o también había cambiado, como el espacio y el tiempo.
La mañana se acercaba, y no sé cómo yo era consciente de que el tiempo se acababa. Como en regreso al futuro, un reloj que no existía más allá de mi mente, me indicaba que debía regresar, despertar, pero me resistía. Quería que me diera tiempo de llegar a la Plaza de Churruca y volver a ver el quiosco donde me compré una vez 25 pesetas de pipas de girasol porque traían unas pegatinas de Heidi que me encantaban. Corría para llegar a casa, el colegio donde trabajo hoy, y volver a ver la decoración palaciega que tenía cuando yo vivía allí de pequeña. Para fotografiar (sin llevar cámara, claro) todo lo que había dentro, para poder enseñarlo cuando regresase a mi presente...
Me desperté...aunque seguí con la cabeza posada sobre mi almohada los pensamientos ya no venían, los fabricaba artificialmente, y solo me quedó decirme que debía escribir esos pensamientos para no olvidarlos. Aún así he tardado tres días en hacerlo, y muchos recuerdos se quedaron en el mundo de los sueños...

jueves, 19 de noviembre de 2009

El otoño

¿Qué tiene el otoño que tanto afecta?
Siempre se dice que la primavera la sangre altera, pero para mí el otoño es la estación que me desbarata.
La perspectiva del frío, de las noches interminables, de las mañanas nubladas y tristes del invierno, hacen que el otoño me parezca la antesala de la desolación.
Es cierto que el campo es bello. El amarillo de los árboles cada vez más desnudos, y del suelo alfombrado de hojas inertes hacen que los campos adquieran un aire diferente, más bucólico, como si hubiésemos virado la foto a sepia.
Pero yo en esta época me siento más triste, más apagada, y no he sido consciente hasta que he empezado a releer los escritos que he subido a este blog desde septiembre. Todo pesimismo, desde las rachas y las ilusiones hasta el hundimiento de la última semana.
Sin embargo todos los textos del verano implicaban un optimismo exacerbado.
Y pienso yo...no será tanto..ni lo uno ni lo otro. No puedo estar exultante unos meses, y tan mohína en otros.
Buscar el equilibrio debe convertirse en el objetivo para mí. Reiniciarme como un ordenador sin dejar que la caída en picado que llevo siga su camino. Todo se somatiza y el estres, la angustia y los cambios, me afectan físicamente.
El año pasado por estas fechas inicié un descenso a los infiernos y en enero me renové cual Ave Fenix. Viví unos de los periodos más felices de mi vida interiormente, segura de mí misma pero las circunstancias laborales se encargaron de bajarme a la tierra de nuevo. Los vaivenes de mi vida, de esta persona que trata de buscar su sitio...
Busco culpables a esta circunstancias y hoy le tocó al otoño.
Toca mirar alrededor de otra manera, buscar lo bello, pasar de lo malo, usar los ojos interiores para acercarse a la naturaleza, a los amigos, a quien te quiere. Lo demás puede irse al infierno, pero no conseguirá que yo también vaya.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Hundimiento sin subida

A veces nos creemos en la cima. Las circunstancias nos animan tanto que pensamos que nada puede truncar la felicidad que pensamos que tenemos. Es cierto, hay que vivir cada instante, el presente. El pasado ya pasó, el futuro llegará pero no por ello debemos condiciomar este presente a la espera que supone el futuro, siempre incierto.
Pero cuando nos sentimos hundidos las cosas cambian. Desde abajo se mira hacia arriba y se añora la felicidad pasada y se espera la que llegará en el futuro. Buscamos esos anclajes que siempre están para subir. ¿Y cómo es que hoy no puedo verlos?.
Los anclajes son variados y muchas veces no podemos asirnos a ellos por muchas razones. Porque no existen, porque son débiles, porque se oxidaron o simplemente porque no queremos encontrarlos.
En ese caso la subida es prácticamente imposible. Pataleamos, lloramos, nos lamentamos, pero es nuestro propio peso el que nos impide subir para salir del abismo. Queremos regodearnos en nuestra propia miseria para justificar nuestra falta de empuje. Nos aislamos y, conscientemente no queremos contar con quien siempre está ahí, aunque prescindamos de ellos. Es más fácil echarse a llorar que mirarse al espejo. Mirar más allá, para ver el fondo de nuestra alma. Indagar en nuestro propio ser y encontrar el camino hacia la salida, allá arriba, en el lugar de la felicidad.
Como si fuéramos Goya queremos verlo todo negro. Nada de color, nada de ilusión.
Pero en el fondo somos unos desgraciados porque toda esa realidad está únicamente en nuestro interior, y solo desde dentro conseguiremos superar nuestros miedos, nuestras miserias y acabaremos reconociendo nuestra podredumbre.
Y cuando comencemos a comunicarnos saldremos, flotando, más fuertes y regenerados que nunca. Sin intención de volver a mirar hacia abajo.