jueves, 21 de julio de 2016

Dos capítulos sobre Khalil

Visto que será difícil acabar esa novela interminable os comparto el fragmento sobre la vida de uno de mis muchos protagonistas. Acepto críticas.

"Mirando el firmamento trató de contar las estrellas que brillaban en la noche. Tal y como le había enseñado su abuelo en el norte se encontraba Sirio, una estrella que servía de guía para encontrar un grupo de luces que formaban un cinturón al que llamaban constelación de Orión. Y desde allí, cada muchos años un grupo de estrellas se dejaba ver, y muchas cosas cambiaban...

Pero no era en esa época del año cuando encontraría el rastro de las Pléyades en el cielo.

En el desierto  arábigo las noches eran frescas y eso le obligaba a llevar una túnica blanca de manga larga. Bajo la misma  unos pantalones holgados le protegían de posibles picaduras de insectos, así como de los roces que el cabalgar sobre el camello durante horas, acompañando a las grandes caravanas de comerciantes, le producían.

Esa noche la jaima del jefe permanecía iluminada. Unas antorchas encendidas, habian sido clavadas a poco más de un metro de la entrada de la misma. Hombres vestidos igual que Khalil entraban y salían sin cesar, rompiendo el silencio del desierto.  Esperaba ser convocado de un momento a otro para ser informado de lo que ocurría.

Su propia tienda, donde compartía lecho con su esposa, Azhar (flores) y sus hijas Fátima y Salma (paz), había vivido unos momentos tensos cuando él decidió salir del oasis para observar el cielo.

Mientras pensaba, alguien lo llamó por su nombre y se acercó a la jaima principal.

Días antes habían llegado a la zona y había ayudado a su montaje. Habían extendido el gran toldo en el suelo en dirección contraria al viento, fuerte en el desierto. Unos postes habían sido anudados por cuerdas para darle tensión al toldo y después había sostenido uno de los postes centrales tras haberlo elevado a la altura justa.

Al entrar esa noche en la tienda comprobó cómo habían sido colocados unos cerramientos de un tejido hecho de pelo de cabra y de lanas decoradas. En el techo, varias bandas de color oscuro servían de refuerzo al ser estiradas y ancladas en el suelo.

Aunque la noche era muy fría en el exterior, la jaima permanecía confortablemente cálida. Las telas habían sido recubiertas con almagre y grasa, lo cual servía para protegerlas del sol y de la lluvia, aunque esta era bastante escasa en la zona.

Un fuego crepitaba en el centro de la jaima, iluminando el espacio con una luz anaranjada que era reflejaba por los distintos objetos metálicos dispersos por la tienda. Sobre una mesa baja, una tetera de bronce humeaba y el olor del té inundaba toda la estancia.

La gran tienda del jefe estaba decorada con alfombras realizadas con pedazos de distintos tipos de pieles. Unas lámparas de aceite, colocadas en los cuatro puntos cardinales, iluminaban las zonas más oscuras de la tienda, allí donde no llegaba la luz de la hoguera.

Junto al fuego, sentado sobre un cojín, estaba el jefe de la tribu. Tenía las piernas cruzadas y  los dedos de las manos unidos por pares, formando un rombo con los dedos pulgar e índice. Apoyaba su frente en la conjunción de ambos dedos índices y aparentemente estaba dormido.

Esperó a que el jefe saliese de su estado meditativo observando las llamas de la hoguera que atemperaba la jaima. Imaginó unos seres diminutos danzando al son del crepitar como duendecillos salvajes que avivaban la luz.

Se sintió observado. Levantó la vista pero la intensidad de la luz de la hoguera lo había dejado  momentáneamente ciego. Poco a poco la silueta negra de su jefe fue tomando color a medida que los ojos se acostumbraban de nuevo a las sombras. Unos ojos grandes y grises le acogieron con inmenso respeto. Se sintió abrazado desde el interior porque esos portales hacia al alma le transmitían un calor mucho más intenso que el del fuego al que había estado observando.

— Siéntate Kalhil — le pidió el jefe señalando hacia un puff que se encontraba frente a él.— Es mejor que estés cómodo puesto que lo que tenemos que hablar es algo muy serio y necesito toda la atención de tu mente. Cuando el cuerpo siente incomodidad manda reclamos a la mente para que le prestemos atención y no podemos negársela. Eso nos hace olvidarnos de lo importante que es nuestro interior. Nos distraemos continuamente y no dejamos hablar a nuestra esencia. Hoy necesito que estés aquí en tu presencia global.

Kalhil se acercó al lugar señalado. Un puff de piel circular, bicolor,  de base en color arena y decorado con pieles cortadas en rombo y teñidas en terracota, y  que habían sido pintados con ribetes dorados,  le sirvió de asiento. Se colocó con la espalda recta y las piernas cruzadas a la altura de los tobillos y centró toda su atención en las palabras que empezaban a brotar de los labios del jefe del clan.

— Hijo — dijo. A Kalhil le sorprendió que su padre utilizase la expresión. Desde que había adquirido su mayoría de edad, hacía ya más de 15 años,  su padre lo había tratado como a un hombre más de la tribu. La relación paterno-filial había pasado a un segundo plano y él mismo había perdido la costumbre de llamarlo Ab Bahir lo que indicaba el grado de parentesco. Desde hacía mucho que lo llamaba Shayj Bahir, o jefe Bahir y la distancia se había incrementado entre ellos.  — La situación está cada vez peor. Desde la muerte de Selim las relaciones con la coalición de tribus y el nuevo sultán nos están comprometiendo.

Kalhil recordó la reunión que habían tenido unos años antes en la que el shayj Bahir, su propio padre, les había contado las condiciones que se habían pactado con el sultán Selim I, una vez que éste se proclamó a sí mismo como el Jadim ul Haremeyn, «El Criado de los Dos Sagrados Lugares Santos», en vez de Hakim ul Haremeyn, «El Gobernador de los Dos Sagrados Lugares Santos». Aunque la tribu de Kalhil no había abrazado la religión musulmana, como sus vecinos del desierto, seguía adorando la kaaba o piedra sagrada, que se encontraba en La Meca. Ello los había comprometido políticamente con el sultán, que podía reclamar su ayuda en cualquier circunstancia si así lo requería.

— Soliman ha incrementado la presión hacia las tribus del desierto. Nos reclama que intervengamos en las campañas que están llevando a cabo contra los persas. Las tribus del norte que apoyan al imperio se niegan a someterse al sultán y éste está planeando una gran ofensiva — se mesó, nervioso, la barba y mirándolo fijamente continuó — También tiene una guerra abierta con los cristianos del poniente, que siguen mandando caballeros para acabar con el Islam y Solimán los repele. No quiere dejarlos recuperar Jerusalem.

— ¿Qué es lo que quiere de nosotros Shayj? ¿Porqué denotas tanta preocupación? — la actividad de las manos del jefe delataba el malestar que le provocaba reconocer ante su hijo mayor la gravedad del tema. — No será para tanto. Cuénteme qué es lo que piensa que podemos hacer.

Tomó el puff con las manos y se acercó a su padre. Soltando el asiento en el suelo, se arrodilló a los pies de Bahir y lo abrazó fuertemente. Como solo sabe hacer un hijo a un padre. Bahir, sorprendido a la par que agradecido le devolvió el abrazo."

miércoles, 20 de julio de 2016

Una novela que nunca acaba

Ya existe una novela llamada "La historia interminable", por lo que no voy a repetir ese nombre para mi propia historia.
En los últimos meses han pasado muchas cosas en mi vida: experiencias nuevas, nuevas amistades, sincronicidades increíbles, talleres que me hicieron crecer, repetición de escenas del pasado; unas buenas, otras malas. Y con todo ello ha surgido una nueva Irene. Quizás esta versión no es la mejor que haya sido en mi vida, pero al menos he sido consciente de que las experiencias vividas en mi pasado fueron grandes aprendizajes y la gestión de mis crisis vivenciales ha mejorado considerablemente.
Hoy siento que debo seguir cerrando etapas, aunque duelan, porque hay historias que no merecen la pena ser revividas. Poner el alma y el corazón al desnudo es un riesgo que a estas alturas de la vida cuesta correr.
Es mi historia sin fin. La novela que nunca terminó de ser escrita y que quedará eternamente entre mis borradores. Tenía un final listo para ser escrito.
Como Neo en Mátrix quería que mi protagonista despertarse tras estar dormido durante toda su existencia sin saberlo.
 Fui desconectando cables, insuflando aliento a unos pulmones que ni se atrevían a respirar, configurando un futuro para mis protagonistas que fuese digno de la mejor novela de amor que se haya escrito.
Pero mi teclado se bloqueó. Cada vez las teclas estaban más duras, se petrificaban y sentía que esa historia no podía ser escrita porque los protagonistas se negaban a ser despertados. Su mátrix era lo suficientemente aceptable como no para arriesgarse siquiera a respirar la realidad, no fuera a ser que ese aire nuevo provocase la muerte.
Así que aparqué la novela. Dejé de imaginar diálogos, situaciones, momentos de amor y de abrazos. Dejé que los sueños siguiesen siendo sueños y que la mátrix  fuese el hogar de mis protagonistas.
No sé si algún día mi histora conseguirá su final. No sé si me quedan ganas de escribir sobre personajes tan carentes de ganas de vivir. Cada línea que escribí supuso mucho esfuerzo vital, tiempo de mi vida que se fue. Mas lo invertí pensando que toda la historia merecía un final feliz. Ahora reconozco que se me acabó la imaginación, a medio camino de mi novela y no sé qué giro darle ya a la trama.
Mejor dejarla cocer otros tantos años y si el universo algún día me sorprende con un arranque de imaginación volver a ella. Pero para ello debería reilusionarme y hoy lo veo difícil.
Ahí queda mi historia, en pausa indefinida, carente de un final feliz, tal y como yo soñaba. ¿dónde quedó la creatividad que me embargaba al sentir mis dedos el teclado? Quizás es la hora de volver a estas reflexiones y abandonar el gran proyecto de la novela que siempre será una historia interminable.