Hoy ha decidido que ya no quería obedecer. Siempre estaba dispuesto a obedecerme sin protestar y mis órdenes eran acatadas inmediatamente sin que mediase recriminación alguna. Su nombre mismo cobijaba el sentido de mi orden.
Algunas veces, solo cuando el alimento escaseaba, osaba resistirse a mis reclamaciones. Y al final, rebañando de platos usados, lograba, una vez más, cumplir con su deber.
Mi mando a distancia ha dejado de funcionar.
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