En las últimas semanas he sentido como Irene renació de entre las cenizas, una vez más, como el ave fenix del que ya he hablado en muchas ocasiones. Y este renacimiento ha conllevado tomar decisiones sobre mí que, hasta ahora, siento que son acertadas y me están llevando a una plenitud interior que no conocía.
Sea por el reiki o por desnudar mi cuerpo de grasas, el caso es que me siento satisfecha conmigo misma como nunca antes lo estuve. No sé si la edad tendrá que ver, o el plantearme que todo es pasajero y que solo el actuar correctamente me va a llevar a sentirme verdaderamente feliz.
Es claro que eso es lo que busco, como todos. Pero he descubierto que en hacer el bien a los demás y entregar parte de mi tiempo a otras personas encuentro una felicidad desconocida.
No me creo más especial que los demás. Seré una mujer corrientita para mucha gente, pero yo sí me siento única, valiosa y preciosa (en el mismo sentido), tal y como mi padre me definió hace ya muchos años.
Y esa seguridad me da fuerzas para luchar por el amor. Y no me refiero a un amor físico o pasional, sino al amor en general, a lo que tengo, a lo que me rodea, a quien me quiere e incluso a quien no me quiere. Trato de buscar un rinconcito para el rencor hacia quien me hizo mal, y no consigo encontrarlo. Quizás el rencor lo cambié por indiferencia hace ya tiempo y no me di cuenta. Y quizás, también, ese cambio es el que ha provocado que me sienta tan bien conmigo misma.
Es una elección que he tomado de una forma casi inconsciente y solo hoy, a medida que voy escribiendo estas líneas estoy siendo consciente de lo que significa.
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