jueves, 20 de febrero de 2014

De repente...una vida.

En estos días ando inmersa en la dulce tarea de reencontrarme virtualmente con cientos de personas que pasaron durante algún tiempo por mi vida. Son aquellos chicos y chicas, hoy hombres y mujeres, que pasaron por mi lugar de trabajo desde que tenía 14 años, lugar donde nací y lugar donde viví durante los primeros diez años de mi vida.
Un colegio que mis padres fundaron hace más de 50 años y que sigue formando a muchos niños que llenan sus aulas de alegría y energía maravillosa.
 Allí pasaron muchas horas cientos de alumnos que en estos días se están reencontrando a través de las redes sociales y una fiebre de felicidad compartida nos está llevando a todos a compartir fotos, recuerdos, anécdotas que, cuanto menos, estremecen los sentidos y emocionan al corazón.
En estas dos semanas y a través de la memoria compartida, he recordado las sesiones que pasamos preparando una obra de teatro sobre los dioses griegos. Allí cual Uranos, Aracnes, Apolos y Venus los chicos y chicas prepararon un vestuario con restos de sábanas y telas que madres, confiadas o resignadas, donaban para la causa, decorados con restos recogidos por polígonos de Sevilla, o grabaciones para no tener que preocuparnos de si se olvidaban los textos de aquella faraónica obra que fue representada una única vez.
Y fue la primera.
Tras aquella experiencia durante el centenario de Mozart nos atrevimos a representar un fragmento de la película Amadeus. Pertrechada con las cornucopias y sillas de pan de oro de mi madre, recabamos vestuario del Centro Andaluz de Teatro, compramos algunos disfraces y pelucas blancas y nos atrevimos a emular las rencillas entre el ilustre compositor y su contrapunto el maestro Salieri.
He de reconocer que no es fácil motivar a chicos y chicas de quince años para que se metan en esos papeles que le son tan ajenos, pero creo que la satisfacción del aplauso de esa única representación compensa todos los sacrificios del proceso de montaje.
Por último, hace ya unos cuantos años, otro grupo de valientes y yo nos atrevimos con lo  más difícil.
Quisimos representar una clase de historia en la que un profesor le soltaba ciertos pasajes a sus alumnos y uno de ellos, adormilado, soñaba de una manera un tanto adulterada, una versión de la historia en clave de humor. La obra, creada por la que escribe estas líneas, parodiaba a algunos personajes de la historia y con varios pasajes en verso, combinaba la música, los bailes y los vesturarios de los siglos XVI y XIX
La frustración por no haber podido grabar las otras dos obras me llevó a ser más cautelosa esta vez, y todos nos esmeramos en que el esfuerzo realizado quedase registrado para poder ser compartido. Así que nuestra Clase de Historia se encuentra debidamente registrada en youtube para quien quiera reverla.
Son tantos los recuerdos que están llegando a estos días, que he querido ir lo más atrás posible. Como dicen en Toy History...hasta el infinito..y más allá.
Y con ello me perdí en los baúles de mi madre en busca de fotos antiguas. Y hallé verdaderos tesoros de cuando el colegio ni siquiera era colegio.
Ya sabíamos que en el solar donde se construyó la casa que hoy acoge al colegio se hallaba, hace unos siglos ya, el Palacio de los Condes de Castellar, lugar donde vivió Leonor de Guzmán, amante de Alfonso XI de Castilla, y madre de muchos hijos de este rey, entre ellos el que sería Enrique II de Castilla, primer rey de la dinastía de los Trastámara. Su hermanastro, Pedro I, el Cruel o el Justiciero, era el hijo legítimo de Alfonso XI y murió a manos de su sucesor Enrique, como venganza por el asesinato perpetrado por Pedro I de varios de sus hermanos.
Así que, muchas veces, y en un ejercicio de meditación histórica, imagino el tiempo correr hacia atrás, y, desde el mismo lugar físico, creo sentir toda esa historia pasando por mi vera.
Imagino a Enrique, junto con sus hermanos, corriendo por los pasillos de una gran casa, asomándose a unas ventanas que dan al Palacio de Dueñas, vecino del de los Condes de Castellar.

 De la misma manera, en la casa que se construyó después y cuyas imágenes se ven en esta larga entrada, yo misma, junto con mis muchos hermanos, jugábamos por los pasillos y observábamos desde el que fue cuarto de mi madre, el mismo Palacio de Dueñas.
Esos árboles no son los mismos que vieron en el siglo XIV los primeros Trastámaras, pero sí la misma luz del sol de Sevilla sobre los tejados de una Sevilla maravillosa.
 Y porque es mi propia historia, la emoción que siento en estos días se acentúa al compartirse con tantas personas que reaparecen e incrementan la energía del pasado.
Ahí, justo al final de esta escalera, estaba mi cuarto, el dormitorio donde dormí los primeros diez años de mi vida. Todavía hoy, al mirar el suelo de esa clase, y las maderas que la circundan, puedo recordar a una Irene pequeña, jugando con una muñeca regordeta en las figuras geométricas del suelo rojo y negro.
He de reconocer que ahí está una gran parte de mi vida. He sido feliz, he sufrido, he aprendido, he amado, he crecido, he enseñado...
Y espero poder seguir haciéndolo durante muchos años más.
No creo que mis padres cuando fundaron el Colegio imaginaran que 50 años después algunos de sus hijos, ni siquiera concebidos por aquellas fechas, seguirían sus pasos en el mundo de la enseñanza.
Ya pasaron por aquí miles de sevillanos, andaluces, españoles y extranjeros y estoy segura, como estoy comprobando en estos días, que todos se llevaron un recuerdo agradable de su paso por estas paredes, maravillosamente decoradas con azulejería artística, sin duda, pero sobre todo, impregnadas de un cariño que es difícil de ser olvidado.




1 comentario:

  1. Precioso Irene.Fui alumna en el Calderón, ahora me dedico al teatro la cantidad de veces que me apunté a los montajes de Fabiola esos coros en inglés y con cuánto cariño recuerdo las clases de música de Don Francisco ese colegio tenía mucha magia cuántos recuerdos esta genial que nos reencontramos por el Facebook un beso enorme

    ResponderEliminar