lunes, 16 de enero de 2023

El paso de los años


Hoy me miré al espejo. 

Parece que esta frase es una estupidez, porque todos nos miramos al espejo con frecuencia, ya que están por todos lados en nuestras casas, en las tiendas, en el coche...Sin embargo, si anoto esa frase así, aislada, es porque realmente hoy me he mirado al espejo, fijándome en lo que reflejaba y he visto el paso de los años.

Llevo dos días enferma, casi sin salir de la cama por culpa del típico resfriado invernal que nos arrasa la garganta y nos colorea la nariz de rojo de tanto sonarnos los mocos. He ido a trabajar, porque las pruebas de Covid y gripe que yo misma me he costeado han dado negativo y en Urgencias me indican que no hay placas en la garganta y no me dan la baja, así que haciendo un esfuerzo más que considerable, he cumplido mi jornada laboral tirando de un cuerpo que me pedía dormir más que otra cosa. Con voz de tabernero he hecho lo que he podido y he sobrevivido al esfuerzo.

Pero me he mirado al espejo. He visto las bolsas en mis ojos, los párpados caídos, las arrugas en la frente, las inseparables raíces de mis canas teñidas, las cejas salpicadas de blanco y el rictus de una marioneta partiendo desde los laterales de mi nariz hasta mi boca. He visto como el tiempo ha caído sobre mi cara de repente, casi sin darme cuenta, de improviso y a traición. Y probablemente esto lo estaba viendo todo el mundo que me ve a diario, porque solo conocen el aspecto exterior de Irene, pero yo me miraba por dentro y sentía esa jovialidad que la confianza me regalaba desde que me quiero más. La menopausia tardía me daba la falsa sensación de que aún era joven y vivía como tal.

No es que me importe cumplir años, es más, me alegro de avanzar en esta vida que sé que es efímera. Es evidente que las pérdidas de los últimos años me hacen más consciente de la fragilidad de cualquier situación, por muy rutinaria que nos parezca. En un milisegundo todo puede cambiar y dejamos de ser quienes somos de una manera radical.  Por eso no critico ninguno de los indicios del paso del tiempo sobre mi rostro. Pero sé que verlos, quizás de una forma diferente desde que mis ojos perciben las 3D y permiten intuir las profundidades (algo ilógico e incoherente al ser la imagen del espejo en 2 D)  me hace repensar qué hacer con lo que me queda de vida. Bueno, empecemos por hoy. Claramente dormir, hasta que mi cuerpo se recupere del todo.

Y en el hoy que viviré mañana, y pasado y el otro...habrá que introducir cambios. Últimamente, cuando me reúno con mis hermanos mayores (que son a los que veo, ya que Bea vive lejos y es la única menor que me queda) hablamos de los riesgos genéticos que acarreamos en nuestro ADN familiar: que si diabetes, que si riesgos circulatorios, hipertensión, hipotiroidismo... Realidades incuestionables que hay que tener en cuenta. Milagrosamente enfermedades como el cáncer no son habituales en mi familia, algo que agradezco en el alma porque no hay enfermedad que me parezca más cruel para el ser humano que esa. 

Partiendo de la predisposición genética a determinadas enfermedades, unidas a las que ya tengo desde hace años, toca tomar medidas tajantes para mantener cierta calidad de vida durante el tiempo que me toque seguir viviendo en este mundo ¿No? ¿Cuánto depende de mí? ¿Mucho, poco? Estas Navidades me vi obligada a renunciar a muchos de los típicos dulces que me pirraban. No sé cómo ni cuando se me desencadenó una alergia al sésamo que ha impedido que pruebe los mantecados, polvorones, hojaldrinas y hasta el roscón de Reyes. Ha sido un suplicio renunciar a tanta esquisitez y me he consolado con los turrones y mazapanes que no tenían esa semillita que tan mala me pone. Y bueno, he sobrevivido a las fiestas privándome de comer eso. Así que vamos a empezar tratando de alejar el azúcar todo lo que se pueda y, a continuación, si mi voluntad lo permite, los quesos curados que son mi segunda perdición. 

Ayer hice un pacto con mi hijo y creo que lo cumpliré, porque sé que mi salud va a repercutir en la suya, y a veces somos así, hacemos por los hijos lo que no somos capaces de hacer por nosotros. Así que vamos a ver si logramos dar un impulso saludable a la forma de enfrentar las próximas décadas. 

Hoy el espejo me dijo que ya no queda tanto para llegar a la meta, que el peso de los años está aquí y que solo quitando el peso de los muslos y el abdomen, consiga retrasar un poco el final que a todos nos llega. Es la carcasa, que se marchita, aunque por dentro siga siendo la Irene de siempre, con ganas de vivir y disfrutar de cada día (bueno, mejor mañana que hoy estoy chunga). ¡A por ello!


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