miércoles, 11 de noviembre de 2009

Hundimiento sin subida

A veces nos creemos en la cima. Las circunstancias nos animan tanto que pensamos que nada puede truncar la felicidad que pensamos que tenemos. Es cierto, hay que vivir cada instante, el presente. El pasado ya pasó, el futuro llegará pero no por ello debemos condiciomar este presente a la espera que supone el futuro, siempre incierto.
Pero cuando nos sentimos hundidos las cosas cambian. Desde abajo se mira hacia arriba y se añora la felicidad pasada y se espera la que llegará en el futuro. Buscamos esos anclajes que siempre están para subir. ¿Y cómo es que hoy no puedo verlos?.
Los anclajes son variados y muchas veces no podemos asirnos a ellos por muchas razones. Porque no existen, porque son débiles, porque se oxidaron o simplemente porque no queremos encontrarlos.
En ese caso la subida es prácticamente imposible. Pataleamos, lloramos, nos lamentamos, pero es nuestro propio peso el que nos impide subir para salir del abismo. Queremos regodearnos en nuestra propia miseria para justificar nuestra falta de empuje. Nos aislamos y, conscientemente no queremos contar con quien siempre está ahí, aunque prescindamos de ellos. Es más fácil echarse a llorar que mirarse al espejo. Mirar más allá, para ver el fondo de nuestra alma. Indagar en nuestro propio ser y encontrar el camino hacia la salida, allá arriba, en el lugar de la felicidad.
Como si fuéramos Goya queremos verlo todo negro. Nada de color, nada de ilusión.
Pero en el fondo somos unos desgraciados porque toda esa realidad está únicamente en nuestro interior, y solo desde dentro conseguiremos superar nuestros miedos, nuestras miserias y acabaremos reconociendo nuestra podredumbre.
Y cuando comencemos a comunicarnos saldremos, flotando, más fuertes y regenerados que nunca. Sin intención de volver a mirar hacia abajo.

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