lunes, 11 de enero de 2010

Realidad

Cada año, por estas fechas me lleno de ilusión. Tras el balance pasado me lleno de buenos propósitos para el año nuevo y me creo con la suficiente fuerza para llevarlos a cabo. Me siento invencible. Nada podrá conmigo. Luego, cuando el tiempo transcurre y la rutina se asienta en mi cotidiano las cosas no son tan bonitas ni tan fáciles. El torbellino vital no me deja pensar y cuando lo hago quisiera poder olvidar lo que he pensado, porque soy consciente de que estoy viviendo una vida que no es la que quería para mí. Me veo como una extraña: Valoras lo bueno, anulas lo malo, pero el tiempo corre inexorablemente y vas dejando atrás la juventud y las ilusiones.
Llegada a este punto no sé para donde tirar. Me siento cobarde y sin el empuje necesario para dar un giro a la vida. Es como sentirse presa en una existencia que te lleva como el río que nunca para. Quieres saltar para la orilla y ver pasar un poco el río desde el exterior, ver otros ríos...
Hace meses escribí sobre vivir otras vidas y como un ciclo vital este tema recurrente vuelve a mí. No es esta la vida que soñaba, si es que la soñaba, y hay cosas que debería cambiar para acercarme un poco al concepto de ser feliz. No creo que sea egoísta al quejarme de lo que tengo, mucho de lo cual es bueno, pero no por ello dejo de pensar que merezco algo mejor, una vida que me llene facetas que están completamente vacías y que si no me muevo, nunca se llenarán.
De amigos voy sobrada: Muchos y buenos. Amor fraternal me sobra con solo unos pocos. El filial lo cubro con mis hijos. Lo material es suficiente, lo físico es mejorable, el trabajo cubre las necesidades...
Pero sí siento una carencia emocional importante. El amor.
Si en algo siento haber fracasado en mi vida es en el amor. O no he sabido amar bien, o no supe elegir a mis compañeros con sabiduría, pero el resultado es un historial desastroso de relaciones amorosas.
Siempre fui una romántica empedernida. Y quizás eso me perjudicó porque no supe ser más objetiva en la elección de pareja. Ansiaba amar y ser amada. Dispuesta a darlo todo no entendí que en las relaciones las dádivas deben estar compensadas.
Y cuando estás metida dentro no eres consciente del daño que estos desequilibrios provocan en tu interior. Cada vez aceptas más el mal ambiente y disfrutas de menos momentos placenteros. La balanza se va volcando hacia la infelicidad y te cuesta auparte porque hay mucho que tira para abajo: las responsabilidades, la pena, los hijos, la costumbre.
Y solo te entran ganas de gritar y decir ¡¡¡Basta ya!!!, ¡¡¡Estoy cansada!!! ¡¡¡No lo merezco!!!. Pero sólo lo dices para tí misma porque temes herir a los que te quieren. Y ese sentimiento de frustración anida indefinidamente en tu interior. Una pesada bola crece dentro de tu estómago y puja por salir. A veces se te sube a la garganta y empuja las lágrimas hacia afuera y tragas para evitarlo.
Y te preguntas ¿porqué? ¿qué hice mal?...NADA...no hice nada mal porque yo amé sin condiciones. No pedí nada, ni dinero, ni mansiones, solo que me quisieran y me respetaran y a cambio recibo lo peor...
Yo no soy culpable por haber amado. No soy culpable por haber ofrecido lo material y lo emocional. Yo fui consecuente con lo que prometí. Lo intenté. Lo reintenté. Lo volví a reintentar pero de nada sirvió. Fracasé.
No sé si la vida me volverá a dar otra oportunidad porque no consigo salir del pozo en el que me metí.
Si lo consiguiera me gustaría volver a amar pero elegir el amor con más cabeza y menos corazón. ¿Qué hará que el cambio se produzca? ¿Acaso este escrito????

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