viernes, 2 de mayo de 2025

Mi mundo

Desde hace algo más de un año empecé una aventura nueva que me ha hecho más libre de lo que jamás fui en mi vida. 
Cambié de trabajo, y cuando trabajo, trabajo mucho. Pero ese trabajo (y redundo con conciencia) me ha cambiado la vida para bien. 
Es cierto que muchos días, cuando abro los ojos, no sé dónde estoy y tengo que analizar en un microsegundo si me toca madrugar, si estoy en mi casa y puedo dormir más, o en algún hotel de Europa y toca ponerse en marcha antes del amanecer.
Pero esa incertidumbre del microsegundo no opaca para nada que ninguna de esas opciones me fastidia lo más mínimo. 
Me gusta amanecer en los hoteles, saludar a los viajeros a los que acompaño en el desayuno, ponerme nerviosa cuando detecto que el que siempre llega tarde aún no bajó a desayunar y me va a tocar ponerme la careta de guía pesada que insiste en la necesidad de ser puntuales por el bien de todos. 
Pero esa cara me dura poco porque es subirme al autobús, tomar el micrófono para explicar qué vamos a hacer ese día y todo mi universo interior se transforma. Me siento feliz y no me pesan las horas en el autobús durante muchísimos kilómetros. 
La ilusión de cada uno de los viajeros retroalimenta la mía porque estoy deseando ver sus caras cuando ven por primera vez, muy a lo lejos y pequeñísima, a la Torre Eiffel, y después cuando la fotografían mil veces desde el Bateau Mouche toda iluminada e imponente. Es tal el gozo en sus caras y en sus cuerpos que yo me siento una privilegiada por poder compartir sus sueños.
Lo mismo ocurre cuando los ves maravillados al ver la nieve por primera vez, cuando la tocan, porque en sus países de origen o directamente no hay nieve o está a tal altitud que no pueden subir por problemas de salud. Ver a hombres de 60 años con lágrimas en los ojos por tocar la nieve por primera vez en su vida es realmente una experiencia increíble.
Y en los periodos en los que no estoy trabajando ahora puedo disfrutar de mi ciudad, de pasear en horas que antes me amarraban a un horario y, sobretodo, me permite viajar (como si no viajase ahora bastante) a precios ultra baratos (eso sí, que no te pille un apagón general y te dejen varada en cualquier sitio).
Por eso este año he podido hacer lo que antes no hacía, visitar a Carmen a Tenerife, ir a Pinilla en primavera, llevarle el coche a Paula a Ibiza y disfrutar de la isla, sentime libre muy libre de hacer lo que me hace feliz. 
Por eso hoy, mientras estoy tumbada en la arena de la playa de esta Isla tan bonita, he meditado y he querido valorar lo que tengo hoy. Quizás no tengo una pareja a mi lado que comparta estos viajes, no tengo dinero para ir a Costa Rica que es un sueño que tengo pendiente, pero tengo amigos por todos lados, mis compañeros guías, algunos de los chóferes que me han acompañado y que ahora son personas a las que aprecio de verdad, guías locales de muchas ciudades europeas que me reciben con cariño y con los que comparto momentos maravillosos que valoro.
Porque a veces no somos conscientes de que esto es la vida: vivir cada presente en su mismo momento, disfrutar cada bocado de comida nueva que pruebas por primera vez, aprender una palabra nueva en un idioma que nunca antes habías oído e investigar y conocer nuevas culturas para poder transmitirlas a los nuevos compañeros de viaje. 
Cada tour que hago me siento más grande, más sabía, más llena y, sobretodo, más feliz.
Y hoy quería dejar constancia de ello. 


lunes, 17 de febrero de 2025

La ola que no se consigue superar

Hace unos días vi un vídeo en el que se explicaba de una forma bastante didáctica cómo en la vida hay muchas situaciones que se pueden enfrentar con una pequeña historia que ayuda a comparar.
Y como hoy no ha sido un buen día para mí he decidido desahogarme un poco por este mi rincón especial. 
El vídeo en cuestión hablaba de un hombre que estaba encerrado en una isla de la que no podía salir. Esa isla no lo hacía feliz pero cada vez que trataba de salir de ella había una ola alrededor de la misma que le producía un miedo atroz. No sabía qué había detrás de esa ola pero habría necesitado de mucho valor para atravesarla y descubrir que el mar después estaría en calma y ampliaría en mucho sus posibilidades de ser feliz. 
De primeras vi la similitud con la existencia de alguien a quien quiero mucho, atrapado en una isla de la que no puede salir porque unos miedos irracionales lo bloquean. Se niega siquiera a contemplar la posibilidad de nadar hasta la ola, aunque, en su caso, desde su isla puede ver que tras esa masa de agua hay un destino, mucho que vivir, lo puede ver, hasta lo huele y sabe que sería infinitamente feliz si lograra llegar a superar su miedo.
En su isla solo hay una verdad frente a muchas mentiras y tras la ola hay muchas verdades y mucho amor, pero no encuentra el valor de lanzarse al agua.
Otro ejemplo para la misma historia es el de transitar el duelo por una pérdida. El libro "El amor que dejas" que se ha publicado estos días, habla de la resiliencia de cinco viudas que han perdido al amor de sus vidas y de lo que tuvieron que pasar hasta recomponerse lo suficiente para seguir viviendo.
En la presentación las escuchaba y pensé que el duelo por la pérdida de tu amado cuando sigue vivo es tan doloroso como cuando muere, con el agravante de saber que tienes que imaginar que nunca más lo vas a ver en tu vida aunque siga respirando a menos de 50 kms de ti. 
Y entonces aparece mi propia isla. La de tener que luchar por no llamar, por aceptar que no te elige por miedo, la que tiene una ola alrededor del dolor más desgarrador,  que tienes que tratar de transitar para poder seguir viva. 
Y pasan los meses y solo nadas un poco hasta la base de la ola y ya, allí, te fallan las fuerzas porque las lágrimas son más saladas que el mar y no puedes seguir. Y te centras en vivir anestesiado, tratando de que los recuerdos se esfumen cuando aparecen de nuevo en la mente, obligándote a cerrar los ojos para no volver a imaginar los ojos de esa persona a la que tanto amas... Los ojos del samurai que tan bien conoces...Es una verdadera tortura.
Hoy he tratado de zambullirme con la intención de bucear esa ola, intenté convertirme en flecha para pasar rápidamente por esa ola de dolor y ha sido lacerante para mí. Me he quedado sin fuerzas, sin palabras, sin ganas pero tenía que intentarlo. 
Soy consciente de que si no me vacío de ese amor que me lleva acompañando tanto tiempo, jamás llegará el verdadero amor a mi vida. No quiero quedarme en mi zona de desconfort sabiendo que jamás seré la elección de mi amado y por eso debo transitar ese duelo tal y como si fuera una viuda que ha perdido al amor de su vida. Está siendo muy muy duro, más de lo que yo creía, pero decidí elegirme a mí ya que yo no era la elegida... 
Lo triste de todo esto es que la elección es una absoluta mentira, una fachada absurda en la que muchos personajes se ponen caretas y ocultan quienes son. Y se ve tan ridículo cuando conoces sus secretos... 
Me quedaré tomándome un té rojo que me recuerda lo ridícula que es a veces la vida. 
Ojalá en la siguiente embestida logré traspasar la ola de mi isla y todo, absolutamente todo, quede atrás