domingo, 23 de agosto de 2009

Dar vida

Desde el mismo momento en que se produce todo cambia. No lo sabes todavía pero los cambios que se sienten revolucionan la visión que se tiene de la vida, del entorno, del futuro.
Cuando ya eres consciente de esa vida decides cambiar la tuya, ya que tu cuerpo cambia al compás del crecimiento. Quieres cuidarte, porque ya no eres solo tú. Te das cuenta de que has pasado a un segundo plano en tu vida, y sin saber porqué, te esfuerzas por alimentar a esa cosita, todavía informe que necesita de tí desde hoy y para siempre.
Sientes la necesidad de hablarle, aunque sabes que todavía ni siquiera tiene oídos para oirte, pero quieres decile que ya lo quieres, que ya es lo más importante para tí y que siempre te tendrá a su lado, que lo cuidarás y educarás para que sea una buena persona.
Olvidas el malestar que supone para tu cuerpo el exceso de hormonas. Merece la pena perder la cintura o que se te hinchen los pies. Es un pequeño sacrificio para un gran regalo.
Consigues verlo, aunque no seas capaz de interpretar nada de esa imagen en blanco y negro que aparece en la pantalla. Pero te emociona ver un tic tac acelerado en un punto de esa pantalla ya que te dicen que es su corazón, que late con fuerza aferrándose a la vida que le estás ayudando a empezar.
Y un día sientes un culebreo en las entrañas. La sensación te produce vértigo, porque nunca antes habías experimentando nada de eso. Como si una culebrilla se te hubiese colado dentro el hormigueo se repite vagamente. Eres tú, mi niño, que te mueves para que yo empiece a sentirte vivo, contestando a mis interminables monólogos dirigidos a tí.
Ese día se siente algo diferente. La comunicación comienza. Del culebreo se pasa al movimiento, cada vez más contundente que supone el crecimiento de tu hijo. Día a día vas viendo como tu cuerpo cambia, tus pechos crecen y cambian de color. Se van preparando para alimentar y empieza brotar savia de ellos.
El espacio se reduce y vas notando como ese cuerpecito, cada vez mayor, va reclamando su lugar. La barriga se deforma ante los movimientos. Espera a que esté tranquila para moverse. Estira sus piernas y tu barriga enseña una nueva protuberancia. Si pones la mano sobre ella parece que te quiere hablar, porque notas el hipo que llega desde en interior.
Cuando el día del conocimiento mutuo se va acercando sientes miedo. Pero no por tí, por los dolores o por cómo quedará tu cuerpo. Sientes miedo por esa persona que vas a alumbrar. Te preguntas si haces bien trayendo a tu hijo a este mundo el que vives. Quieres para él lo mejor y la realidad que te rodea a veces te muestra un lugar lleno de dolor y maldad, y no quieres eso para él.
Cuando llega el día y crees que estás preparada para encontrarte con tu hijo te entra un gran nerviosismo. Deseas que todo vaya bien, quieres colaborar pero tu cuerpo adquiere vida propia. No consigues controlar nada. Se desencadena un proceso grandioso a la par que doloroso. Piensas que las fuerzas te están abandonando porque no controlas nada. Intentas colaborar, respiras, empujas, jadeas, rezas, preguntas, lloras, suplicas. Casi quieres abandonar, pero sientes que has de seguir, porque de tí depende que todo vaya bien.
Sufres porque está tardando mucho, porque sientes que está sufriendo. Notas que algo no anda bien y te asustas. Ruegas a Dios que todo salga bien, que tu hijo nazca sano. Pides a los que te rodean que lo salven, que es lo más importante. Sientes que tu vida dejará de tener sentido si pierdes a esa persona que aún no has conocido. Te tranquilizan y das las gracias. Respiras y tras un esfuerzo definitivo notas como tu hijo nace.
Al verlo se te nubla la vista de emoción. El más efectivo de los flechazos te atraviesa el corazón y entiendes que este enamoramiento será perpetuo. Las lágrimas acuden a tus ojos y sonríes con el rostro surcado de lágrimas.
Te retuerces en la camilla para seguirlo con la mirada, para empaparte de esas primeras luces que lo iluminan. Preguntas si está bien, porqué no ha llorado, está completo...las palabras se atrancan en tu boca movidas por la emoción.
Y cuando, finalmente, te lo entregan, lo colocan sobre tu pecho, piensas que no podrás ser más feliz. Te explota algo en el interior para siempre. El amor te desborda y sientes que vuelas sobre el universo con el sentimiento más bonito que existe. Y piensas que, a partir de ese día, deberás ser más responsable, más bondadosa, más comprensiva, más amable y cariñosa. Tienes que aprender a ser madre...

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