martes, 4 de agosto de 2009

El viaje



El amanecer en Pinilla ha sido frío. Preparar las cosas para partir me ha despertado de repente. Comienza un viaje a través de la Península Ibérica. La carretera hacia Rascafría aparece vacía. El valle duerme. Al fondo el Peñalara ilumina el camino a seguir. Aún queda un poco de nieve aunque sea 4 de agosto. El sol besa la punta de la montaña que nos guía. Imagino a mi padre viviendo muchos amaneceres en esta bella tierra. Me emociona. Me recuerda el amanecer de mi cumpleaños de hace mucho, cuando acabé bañándome en la poza del río Lozoya a las seis de la mañana con un frío terrible, tras una noche divertida con mis amigos...
Tras un rato de curvas cerradas rodeadas de inmensos pinos que cierran la luz a la carretera llegamos a la cima. Cotos, Navacerrada, y Castilla León.
El cruzar esta frontera me hace revivir otros momentos del pasado. Cuando bajábamos del Seat 1500 a fotografiarnos con la kodak de negativos cuadrados junto a la señal de tráfico que marcaba el límite. Niños que madrugábamos a conocer una tierra, la castellana, cuya historia brotaba con orgullo de los labios de mi padre.
Bajar hacia Segovia hace que un extraño hormigueo recorra mi espalda. Pronto llegaré a la Granja de San Ildefonso, lugar donde se conocieron mis padres, y se escribió un capítulo más de mi historia. Al fondo se ve Segovia.
Este año no me he equivocado con la carretera, y con ello me he perdido la impresionante vista del Acueducto. ¡Cuántas veces he pasado bajo sus arcos perfectos!
Y entonces comienza. Una gran llanura al frente, salpicada de imponentes árboles; la sierra a la izquierda, me despide; un paisaje hipnótico y, al mismo tiempo, informador.. Aquí defendimos la tierra, aquí nos trajeron del norte, aquí cabalgaron caballeros, aquí se construyó la historia..
La carretera...Ha cambiado. Ya tampoco me pasa por Ávila. Este año no puedo ver la muralla perfecta que la rodea. Tanta prisa por llegar al destino no me deja disfrutar de la belleza que me toca a lo lejos...
Puedo ver Salamanca desde la autopista. Su catedral me llama. En su universidad estudió y enseñó teología mi padre y la ciudad me enamora. Hasta aquí llegábamos desde Pinilla cuando éramos pequeños en excursiones maravillosas que permanecen grabadas en mi memoria desde siempre.
Los kilómetros van pasando a una velocidad que no deja pensar. Trato de beberme cada metro que recorro. Los árboles de la tierra, dura, me piden que pare pero ya diviso Ciudad Rodrigo.
Las torres salpican un cielo con velo blanco en la última gran ciudad de España.
Ya se intuye la frontera.
Castilla León se va despidiendo de mí. Vasta y ancha, con sus iglesias románicas y góticas dejo atrás la tierra de mis antepasados. Quiero saltar del coche para empaparme del espíritu de estas tierras. De la sierra a la meseta que hoy aparece árida. Portugal está solo a 15 kms.
La historia de la frontera me muestra pueblos que se besan. Las ondas ya llegan a mis oídos. El dial recoge una lengua diferente que se derrama por mi coche. A mi lado se dibuja una sonrisa al oír los sonidos de la patria.
El viaje continua. Vuelvo a la sierra. Portugal presenta sus más altas montañas como barrera natural, pero el hombre moderno, ayudado por Europa, se ha encargado de desarmar a este país hermano. Una autopista rodea la sierra para llevarnos, poco a poco...hacia el oeste.
Busco el atlántico y nada se interpone ante mí.
El sol alcanza su punto más alto cuando llego a mi destino. No me conformo...Quiero verlo así que continúo mi viaje hacia el sol.
Praia de Mira: dunas, mar salvaje, agua fría...belleza desbordante. Meto mis pies en el mar y me siento viva. Tanto recorrido para observar las bellezas que me da la naturaleza. Hoy he visto la nieve, la montaña, el valle, la meseta y el mar.
Vivir cada momento es la esencia de mi felicidad. Hoy he tocado el cielo...

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