viernes, 6 de agosto de 2010

La Naturaleza del Valle



Siempre me sorprenderá mirar por las ventanas y ver las montañas tan cerca. Llevo casi cuarenta años viniendo a este pueblo casi todos los veranos y me encanta sentir el sosiego que transmiten el paisaje y el valle.
El paseo hasta las Presillas se convierte en un auténtico placer cuando, al caer la tarde, volvemos por el camino de robles que lleva hasta el Paular. Me gusta adelantarme, mirar a esos árboles que año tras años consiguen desarrollarse gracias a que han vetado el paso de las vacas por esa vereda.

La llegada al Puente del Perdón me hace pensar en las personas que transitaban sobre el Lozoya hace unos cuantos siglos, cuando el Monasterio del Paular albergaba a muchos monjes que rezaban frente al maravilloso retablo que acoge su iglesia. Hoy todavía viven allí monjes que conservan los edificios y siguen rezando por nuestra sociedad que cada día va a peor. Cuando entonan los cantos gregorianos se abre la máquina del tiempo y me siento como una lugareña de hace algunos siglos. Consigo imaginarme vestida con otras ropas, imaginando realidades diferentes a mi vida actual.
Y sigo siendo la misma, sigo estando en el mismo lugar, pero las piedras que conforman el Monasterio tiene la magia de hacerme imaginar que soy otra persona dentro de mí misma.
Es el entorno el que permite todo esto. A pesar de los muchos cambios que la civilización trae, las montañas siguen siendo las mismas y los cambios producidas en su relieve no se pueden achacar al ser humano, sino a la Naturaleza, reina indiscutible de todo el valle. No se puede fabricar el frescor que llega de las montañas, ni el sonido del río Loyoza serpenteando por entre las piedras, no se puede fabricar el olor de los robles ni el azul del cielo. Por eso me siento una privilegiada, porque por encima del ruido del coche que pasa por la carretera o del politono del móvil del chico que corre, la Naturaleza manda y me transmite mucho más de lo que puedo percibir.

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