miércoles, 4 de julio de 2012

Viaje a ninguna parte

Es raro en mí que a estas alturas del año todavía no tenga organizada las vacaciones. De hecho ya estoy inmersa en mi periodo de descanso y aquí sigo, inmóvil, sin pensar siquiera a dónde me van a llevar mis pasos durante los próximos 50 días.
Y es que este año soy muy diferente a la Irene del año pasado. Ni mejor ni peor, pero sí diferente.
Es cierto que en los últimos meses hay una parte oscura de mí que ha conseguido ganarle la batalla a mi físico, y la Irene que hoy me refleja el espejo no se parece en nada a la que posaba, orgullosa de su aspecto físico en los inicios del verano de 2011.
No sé en qué momento de este año se volvió a transmutar el chip que me mantenía fiel a una filosofía de vida con respecto a mi fisico. En un momento dado me flexibilicé y dejé de preocuparme de la dieta Dukan y de su filosofía. No tengo nada que recriminarle a esta dieta, solo y exclusivamente a mí misma. Sé en mi interior que si hubiese seguido con las pautas que estaban escritas los kilos no habrían vuelto a mis caderas y a mis muslos, pero me cansé de cocinar.
Así que por un motivo o por otro el descenso a los infiernos se consumó.
Evidentemente no soy la Irene que empezó la dieta con ciento y pico kilos hace ya mucho tiempo, pero tampoco la que tenía setenta y pocos el año pasado. Soy la mitad de ambas Irenes y eso me hace pensar
En otro orden de cosas debo pensar qué se ha cocido en mi interior en los últimos meses para que este descenso a los infiernos de la obesidad se haya consumado. Soy más fuerte interiormente para muchas cosas y supongo que por eso no me siento verdaderamente afectada porque los pantalones se me ajusten groseramente al trasero. Sé que soy valiosa, que hay algo en mí por brotar todavía y que el día que lo haga resurgiré, una vez más, como Ave Fenix.
Entre tanto ando divagando por muchas cosas sin finalizar ninguna.
No organizo ningún viaje porque creo que este año tocaba un viaje hacia mi interior. Entiendo que debo acabar de conocer a esta Irene pendular que va y viene cíclicamente sacándome de mis casillas.
Ese viaje va acompañado de una suelta de lastres real. Quiero desalojar todo lo que no me sirve. Tengo que poner en orden mi interior para que el orden llegue a mi casa.
Y entre tanto todo sigue patas arriba. Cada día me siento frente al ordenador para vivir experiencias nuevas que me hagan crecer. Disfruto de los relatos que me llegan, de las pequeñas frases, profundas, que mis amigos van dejando en sus muros del facebook, para que aporten un tramo más a mi camino. Horas y horas para decidir que debería plantearme escribir en serio...y entre tanto...como dice el dicho popular..la casa sin barrer...y sin recoger, y sin ordenar...y no es sentido figurado...
Últimamente, y por recomendación de una amiga, entré en contacto con la biodescodificación que explica maravillosamente Enric Corberá. Sus conferencias, que se pueden descargar en mp3 desde la red o visualizarse en youtube, me han acompañado estos días en la puesta en orden de muchas cosas. Me ha hecho comprender muchas cosas que no soy capaz de resumir ahora, pero que me muestran que llegando a ser consciente de los programas que tenemos adosados a nuestro adn y que no son nuestros, podemos llegar a descodificarnos y volver a ser discos duros libres de virus ajenos.
Y es eso lo que yo quisiera. Soy bastante consciente (pero no de consciencia) de que en mí hay una dualidad. Una sombra que se arrima a la luz, con la intención de ser, y que se debate continuamente con mi Yo interior. Esa sombra, aún formando parte de mí, no soy Yo en mi integridad y me hace desesperarme al no reconocerla.
Me pregunto si ese otro Yo que no es Yo forma parte de esos programas heredados o simplemente debo aceptarlo como parte de mi auténtico ser. Yo me decanto más por la primera opción, porque no es posible que tanta dualidad coexista dentro de mi sin consecuencias.
Así que llego al título de esta entrada. He iniciado un viaje a ninguna parte, ni física ni figurada.
Este año no sueño con volver a ver las montañas verdes de Cantabria, o la lluvia fina de Galicia. Siento cierto corte por volver a Pinilla para ver a mis amigos porque ellos sí van a notar que no soy esa Irene que fui. Tampoco me aterroriza que me juzguen porque en mi pueblo hay gente maravillosa a la que adoro y que me va a querer sea como sea. Pero es algo interior, ni más ni menos.
Tampoco me ilusiona este año volver a Portugal. Ni para ver a nadie ni para disfrutar de sus paisajes. Creo que debo sufrir una catarsis que me haga ver, una vez más, con otros ojos.
Aún me quedan unos días ligada a Sevilla para decidir qué hacer.
Durante los mismos espero profundizar tanto en mi interior que pronto sepa qué hacer y allá a donde llegue, seguro que es el lugar más adecuado para mi. Felices vacaciones.


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