viernes, 22 de diciembre de 2017

Cerrando el año

Muchos días, cuando estoy haciendo alguna tarea cotidiana, pienso en la de cosas que me gustaría poder escribir. En mi cabeza se van montando los relatos, las reflexiones y las ideas mientras que pelo las patatas o meto las cosas en el lavaplatos y me prometo a mí misma que después sacaré un ratito para pasarlo todo al ordenador.
Pero nunca pasa. Esas historias, esas ideas e incluso los relatos que armé acaban siendo olvidados, excluidos para siempre de una posible materialización en este blog o en cualquier otro soporte.
Hoy, antes de salir a trabajar me volvió a pasar. Pensé en que hacía mucho tiempo que me rondaban cosas por la cabeza y no acababa de rematarlas. Y me trasladé a este presente proyectándolo en el futuro.
Intenté pensar en el porqué de mi interés por perpetuar mis pensamientos en un sitio físico y llegué a la conclusión de que lo que de verdad me interesaba era poder releerme a mí misma en el futuro, cuando sea mayor (aún más) y este blog no deja de ser un lugar digital para poder mantener esos pensamientos ordenados, de manera que si llego a vivir unos años más sea capaz de empatizar conmigo misma, entienda mis circunstancias basándome en la mujer que soy con 50 años.
Porque indudablemente el descubrir aquí lo que yo pensaba hace 5 o 10 años hace que comprenda porqué soy ahora así. Y consiga perdonarme por situaciones que tengo ahora que no me gustan.
Y reflexiono sobre las decisiones que he tomado en los últimos años, las consecuencias de las mismas y los sentimientos que esas consecuencias han generado en mí. Procuro perdonarme por los errores cometidos y reflexiono sobre si cabe el arrepentimiento de aquello que se decidió, aquello que elegimos en un momento dado porque pensamos que sería lo más adecuado para la vida.
Pero no me cabe la menor duda de que cualquiera de esas experiencias han sido significativas para mí en cuanto a que acarreaban un aprendizaje importante y añadían una visión diferente a la vida tal y como yo la miraba entonces.
A veces pienso que el día a día me dota de miles de momentos que permiten que aprenda que esto de la vida no es cosa fácil. Cada rato tengo que controlar a esta mente desbocada que piensa miles de opciones ante las múltiples situaciones que la vida me plantea. Y realmente es una tarea difícil.
Trabajar la paciencia cuando sabes que tu interacción con otras personas son pruebas que se repiten una y otra vez y que dependiendo de lo que decidas obtendrás unas u otras experiencias que añadirán o restarán bienestar a tu interior.
Hoy, a pocos días de finalizar este año, me doy cuenta de que mi vida es una perpetua disyuntiva y que cada decisión que tomo me lleva a un estado de ánimo y de vida completamente diferente. Vale que soy como soy por todas esas decisiones tomadas en cada bifurcación de este largo camino, pero no pasa un día en el que piense que igual debería haber optado por otro recorrido en algunas de aquellas opciones que la vida me planteó.
Quizás el final sería el mismo fuera cual fuera el camino transitado,  pero esto forma parte de uno de los grandes misterios de la vida de cualquier persona: el no saber qué habría pasado de haber hecho justo lo contrario de lo que hicimos.
Es muy fácil ver esto en una película: los personajes hacen cosas diferentes cada vez, y cuando vuelven a su tiempo el resultado es que muchas personas dejaron de estar en sus vidas o las situaciones de su entorno han cambiado hasta tal punto que él mismo es un desconocido para las personas que en la vida de su primera opción eran importantes para él (o ella)


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