jueves, 31 de agosto de 2017

El principio o el fin

Cuando llega el fin de un periodo siempre aparece acompañado del vértigo que produce lo que está por venir. Esto se puede aplicar a las vacaciones, a las relaciones, a los trabajos, a las emociones o a todo ello a la vez.
Es quizás cuando llegas a este punto cuando lo que era vértigo se transforma en miedo paralizante, y aunque quieras un cambio que retuerza tu vida, no encuentras los anclajes que te animen a hacerlo.
Hoy un amigo me mandó un vídeo de motivación. Al verlo un click se activó en algún recoveco de mi mundo interior. Empezaron los "¿Y si...? seguidos de mil opciones posibles de vida.
Llegados a este punto me planteaba qué camino querría tomar en mi vida. Siempre pensé que era el de la enseñanza. Me apasionaba transmitir mis conocimientos de historia, mi facilidad para escribir y especialmente motivar a los alumnos que me tocaban en suerte.
Y hablo en pasado con gran pena porque parte de esa ilusión que me embargaba cada 31 de agosto se murió hace ya varios años cuando las circunstancias me apartaron de aquella docencia para que me centrara en otra que no me apasionaba de la misma manera.
He sabido acomodarme a todo lo que me ha venido llegando septiembre tras septiembre aún viendo que parte de mi talento y mis pasiones se iban diluyendo por los retretes de mi vida. No iba a seguir plantando esas semillas de amor a la historia o a la literatura en suelo fértil. Solo incidentalmente tendría acceso a los ricos campos de cultivo. Mi labor sería arañar en tierras secas para tratar de que al menos en ellas brotase alguna planta, fuese la que fuese. Ese sería mi cometido a partir de ese momento.
Lógicamente repetir el proceso del protagonista de la película "Atrapado en el tiempo" más conocida como "El día de la marmota" resultaba agotador. Y poco motivador.
Así que fuera de aquel bucle desgastante trataba de buscar otras fuentes de motivación: proyectos, concursos, objetivos.
Así he logrado sobrevivir los últimos años, tratando de respirar en un ambiente tóxico para mis ilusiones, bocanada a bocanada. Y llegaba al final con las fuerzas mermadas y la frente baja, dispuesta recibir el último estoque, ese que siempre me ha sido reservado para el final, asestado directamente a la nuca.
Después dos meses de desintoxicación permitían recargar las fuerzas, sanar las heridas e insuflar aire puro a los pulmones y energía blanca a las ilusiones. Y volvía al ciclo de supervivencia, a mis 6:00 de la mañana perpetuo, y a mi recorrido hasta ese estoque.
Hoy he tratado de respirar más profundamente que otros 31 de agosto, y he sentido que el aire no fluye igual. Este año los dos meses no me han sanado, quizás porque otras heridas se han abierto y las cicatrices, acumuladas, no ha podido cerrarse todas a la vez.
Así que este año he de enfrentar el nuevo reto con menos ilusiones en la maleta, con menos aire en los pulmones, y con menos patas en las que apoyarme.
Aún así confío. Confío en que encontraré nuevos anclajes, nuevas sonrisas, nuevos amores, almas que me agradecerán el esfuerzo que hago. Porque no quiero que esa parte de mí se muera, porque aprenderé a esquivar los estoques y nada ni nadie me convencerá de que la Irene de 50 años no vale. No es lo mismo no ser valorada que no valer. Lo primero es tristemente cierto, lo segundo categóricamente no lo es.
Adiós agosto. Septiembre te empuja, y me toca avanzar... ¿Reilusionarse?. Siempre hay que intentarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario