domingo, 17 de enero de 2010

La muerte en la vida

En estas semanas la muerte ha rondado mi vida. No la mía, sino la de personas que aprecio que han pasado por el amargo trance de perder a sus padres. Y ello trae amargos recuerdos de momentos vividos hace dos años, cuando yo misma ocupaba ese primer banco en la capilla del tanatorio.
Aquel día de hace dos años escribí un texto para leer durante el responso de mi padre lo que hice ante la abarrotada capilla. En aquel momento no sentía que muchos ojos me miraban, sino que era mi padre quien escuchaba mis palabras, tan personales y sentidas, ya que sabía que eran las últimas que iba a poder dirigirle a su cuerpo físico, que esa misma tarde voló a los cielos en impresinantes llamaradas.
Al volver hoy del cementerio, de acompañar a mi amiga, pensé que podía mitigar su dolor dedicándole una entrada de mi blog. Después he pensado que eso era una tontería, porque el dolor que uno lleva por dentro hay que masticarlo hasta poder tragarlo y aprender a convivir con él, formando parte de nuestra propia vida.
Y si escribo esto es por propio egoísmo, ya que quiero recordar a mi padre vivo, no a mi padre muerto.
Me gusta recordar lo sabio que era, lo increiblemente honrado y recto que demostraba ser y que transmitió a mucho de mis hermanos. Me alegra haber podido compartir con él tantos momentos importantes de mi vida y sentir que me legó mucho más que bienes materiales. Valores que han marcado mi personalidad y que aun perpetuamente autocriticada me hacen sentir especial.
Hoy lo he recordado, como todos los días, y siento que si él pudiese leer este escrito me daría dos o tres consejos sobre como debería mejorarlo. Era tan maravilloso escritor que me conformaría con una décima parte de su capacidad para escribir para mejorar infinitamente mis escritos. En cualquier caso ahí va mi homenaje hacia mi padre, un hombre excepcional que espero que haya recibido con su cariño a los padres de todas mis amigas. Nosotros aquí abajo intentaremos hacer más llevadero el dolor. Ellos, allá arriba, nos verán como sangre de su sangre y seguro que se ríen de cómo evolucionamos, de como vivimos.
Eso es la muerte, un paso más. Nos hiere, la tememos, pero nadie muere si es recordado.



En el respondo de papá. Sevilla a 10 de noviembre de 2007.


Hoy ha sido un día duro para todos. Para la familia, para los amigos, para cuantos conocieron a papá en alguna de sus facetas.

Y a medida que pasen los días y aprendamos a vivir sin él, seremos más conscientes de lo privilegiado que fuimos.

Su esposa, sus hijos y nietos, sus amigos…todos aquellos que lo conocieron e instantáneamente lo amaron.

Porque enamoraba. Su voz única, su sabiduría, su sensatez y sobre todo su infinito amor.

El amor a mi padre se le escapaba por los poros, lo irradiaba. A veces he llegado a envidiar a mi madre por haber tenido la suerte de conocer a un hombre tan excepcional. Yo muchas veces le decía a papá que debía dejar que lo clonáramos para que otras personas pudieran conocer a alguien tan inteligente y maravilloso como él.

Ayer lo miraba cuando ya estaba quieto y al ver sus manos mi mente voló al salón del colegio de mi infancia, con sus sofás granates. Papá nos sentaba en sus rodillas a Álvaro y a mí y jugaba a pillarnos los dedos con su pulgar. Nos reíamos a carcajadas cuando al final lo lograba.

Era serio, a veces severo, pero infinitamente compasivo y paciente con sus hijos.

Lo admiré cuando estuvo ciego durante unos meses. Tuve el privilegio de trabajar con él en su despacho y descubrí que su cerebro era el más perfecto de los ordenadores. No le hacía falta ver para dictar la más convincente demanda en el asunto legal más complicado.

En cada rincón de mi existencia permanecerá su presencia.

Por él vivo en el Corzo, por él trabajo en el colegio, por él existe la Plaza del Giraldillo. Gracias a él muchos sevillanos se convirtieron en semillas de su mensaje.

Fue bueno, emprendedor, justo, idealista y su fe en Cristo marcaba toda su existencia.

Nunca se quejaba, ni cuando mamá lo chinchaba con sus bromas, porque el amor que sentía por ella era lo más importante de su vida. Hasta el final la tuvo en su cabeza porque no concebía la vida sin ella.

Y sin embargo hoy tenemos que vivir sin él. Y tú, mamá, también. Tienes que vivir y luchar por nosotros, tus hijos y nietos, que te necesitamos. Entre todos los recordaremos porque Carmen tiene sus piernas, Luis su cabeza, Álvaro sus ojos y , así , todos somos un poco de él. Hasta siempre papá. Te queremos

1 comentario:

  1. Es muy bonito, guapa.Hasta hoy no me he atrevido a leerlo porque andaba un poco sensible y tus escritos siempre me llegan muy dentro.Un beso

    ResponderEliminar