jueves, 8 de diciembre de 2011

En otros ojos


Tras los ojos está el alma. Son los ojos la puerta de entrada hacia lo más personal y en ellos consigo ver al ser adimensional que habita dentro.
Popularmente se dice que los ojos son el espejo del alma y yo defiendo que son más bien los cristales transparentes hacia la misma. Un espejo puede distorsionar porque la imagen que refleja es exactamente eso, un reflejo, con la izquierda en la derecha y la derecha en su contraria. No, no son un reflejo, son una mirilla coloreada de múltiples tonalidades, hacia el ser inmaterial y eterno que ocupa el cuerpo que los lleva.
Unos ojos pueden mostrarte un alma maravillosa y al conocerlos sientes una paz inusitada y placentera que te hace sentir bien con la persona dueña de los mismos.
Otros, sin embargo, te producen desasosiego y un rechazo irracional te hace huir de los mismos. Algo, incomprensible, te hace sentir un malestar interior hacia ese alma que habita ese cuerpo que, aparentemente, puede ser estupendo, pero los ojos te transmiten miedo, inseguridad, cautela...
Creo que a todos nos ha pasado alguna vez. Hemos amado instantáneamente al conocer a alguien. El mirarlo o mirarla a los ojos nos ha hecho vibrar el corazón desde lo más profundo. Nos hemos enamorado de esa persona instantáneamente, como si nuestra alma la hubiera reconocido y de repente se hubiera reencontrado a través de los ojos.
Y ese amor que se siente no tiene porqué ser un amor hombre-mujer porque el amor va mucho más allá de una mera atracción física. Puedes amar mucho a alguien de tu mismo sexo y se convierte en tu mejor amiga. O a alguien del sexo opuesto sin que ese amor implique algún tipo de contacto sexual. El amor es mucho más. Es un reconocimiento de unas almas que coinciden en un punto crucial para ellas. Y probablemente todo cambie en la vida física de esas almas desde que se encuentran.
También sucede lo contrario. Conoces a alguien e instantáneamente te cae mal. Ningún motivo objetivo te da las razones para que sientas esa sensación tan desagradable pero sabes que hay algo que no te cuadra en ese ser humano y tiendes a separarte de él. Consigues superar esa sensación y hasta interactúas con ese ser humano durante años, hasta que la vida te da la respuesta a aquella primera impresión. Al final no te habías equivocado y ese alma acabó demostrando, con sus actos intervivos, que tu primera impresión, al mirar aquellos ojos por primera vez, era acertada. Es algo que vas aprendiendo con las experiencias vitales.
Por ello me gusta mirar a los ojos. Quien esquiva los míos no quiere ser conocido, descubierto o teme expresar mucho más de lo que quiere. Pero yo reclamo. Me niego a dejar que se me niegue mirar por esa escotilla. Me es necesario, vital, insustituible.
Lo que sí debo aprender es a cerrar mi boca ante las impresiones que unos ojos pueden causar en mí y a disfrazar mi semblante cuando una mirada me atraviesa el pecho en cualquiera de las dos impresiones. Si amo, me protejo, si siento angustia, me protejo aún más...
Aquí queda mi reflexión sobre los ojos, sobre la inmaterialidad e inmortalidad del alma y sobre mí. En mi caso solo tengo operativa una puerta hacia el alma, ya que mi ojo izquierdo campa a sus anchas hace mucho y no consigo enfocarlo de ninguna de las maneras. Creo que este blog trata de suplir su falta dejando que vea mucho más allá de lo que mi ojo derecho, el bueno, me permita ver...

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