sábado, 3 de diciembre de 2011

Hablar con mi interior


A veces quisiera poder hablar con el corazón. Obligar a que mi mente estúpida se olvidase por un momento de mí y dejar hablar a mi esencia, a mi verdadera naturaleza desde esos otros ojos que no se ven, que se intuyen y que se reprimen continuamente.
Cuando me enfoco dentro de mí toda la perspectiva vital desaparece. Mi vida se convierte en algo que va más allá que alimentar mi cuerpo físico o manifestarme en mi entorno exterior.
Todo se magnifica cuando se produce ese encuentro con ese rincón luminoso y divino que habita dentro de mí y que raras veces dejo asomarse al exterior.
Y es una pena que esta represión se produzca casi de cotidiano, porque cuando conecto ambas realidades es cuando comienzo a sentir que soy feliz plenamente, a pesar de la sencillez de mi vida o de los escasos momentos en los que puedo dimensionar de verdad quien soy yo.
Es cierto que cuando conecto con esa Irene profunda parezco una auténtica majara, porque hablo en unos sentidos que solo yo comprendo, por la sencilla razón de que todos mis sentimientos, mis emociones, mis vivencias y las irradiaciones que trato de transmitir deben pasar por el filtro previo de esta mente humana que debe de formar palabras para plasmar en un procesador de textos algo tan inmaterial como lo que experimento. Pero aún así no renuncio a tratar de expresar esta sensación tan bella y profunda que como una luz arrebatadora trata de salir por mi pecho.
Hoy me llegó un video sobre el timo, lo que algunos llaman la glándula de la felicidad y se proponían unos ejercicios para activar este trocito de nuestro cuerpo, que es tan desconocido y olvidado que resulta asombroso que pueda hacer cambiar la perspectiva de todo...
Y es ese momento en el que me doy cuenta de que la parte del cuerpo donde reside ese interior del que hablo debe acurrucarse muy cerca de ese órgano físico y que es junto a él y al corazón donde yo me señalo cuando hablo de mí, de mi yo, de Irene, de quien soy. Es ahí donde reside mi alma, no en mi mente vagabunda e indisciplinada, y es ahí donde me tengo que obligar a mirar cada vez que sienta que algo no funciona en mi vida.
Ahí mismo reside la fuente inagotable del amor, donde se siente el desamor y donde se añora el amor que no se tiene. Se siente el encogimiento del dolor, o la expansión que da la alegría ante unas palabras deseadas o una mirada añorada. Es ahí donde valoras que a veces quince minutos felices en una vida pueden compensar muchos días de vacío, porque en ese escaso tiempo el amor llena esa parte del interior que las experiencias externas van vaciando poco a poco. Como en un surtidor de energía global, esos momentos robados a uno mismo completan un círculo que es imposible de cerrar, limitando mis deseos, de hace unas semanas, de ir cerrándolos. Porque a veces esos círculos que se completan pero no se cierran dan sentido a toda la espiral en la que se convierte la vida.
Sé que muchos sueños se quedarán sin cumplir, quizás porque no se desean con el interior o porque en la intención que se pone al soñarlos siempre queda un resquicio de duda y esa falta de convencimiento da al traste con su consecución. Pero en soñarlos se crean realidades que pueden llegar a materializarse si se van formando en la esencia y se van trasladando hacia la mente, y de ahí hacia la vida física.
En algunos aspectos sí estoy logrando mis objetivos, a pesar de que me juego mucho con ello, pero me siento feliz por dejar que esa parte de mi interior, tan bella, tan plena y tan real, esté conectando, por fin, con mi mente (dejemos de llamarla estúpida) para transmitirlo hacia afuera.

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