domingo, 9 de noviembre de 2014

Siete años sin tus consejos.

Llevaba mucho tiempo sin escribir. Un peso al estilo de una de aquellas bolas que llevaban los presos en los dibujitos animados, me impedía ponerme frente al ordenador para dejar salir lo que llevo dentro.
Pero hoy no podía dejar pasar este día sin dedicarle unas líneas, una vez más, a mi querido padre que hoy hace siete años que pasó a otra dimensión en la que no lo podemos ver pero en la que estoy segura que sigue existiendo.
En los últimos meses mi vida ha sufrido un giro radical solo a nivel interior. Aparentemente todo sigue igual, mismo trabajo, misma situación personal, mismo amigos.
Pero algo muy profundo ha sufrido una gran transformación.
No soy capaz de definir con palabras exactas qué ha pasado, pero es como si hubiese dado un paso de gigante en mi forma de comprender la vida.
Y me hallo en este momento cuando aparece un elemento perturbador en mi vida que me hiere en lo más profundo.
Nunca pensé que pasaría por algo así, pero hoy, reflexionando sobre lo que supuso para mí la pérdida de mi padre, me preguntaba que supondría para mis hijos el perderme a mí. Y ha sido como un mazazo en la cara descubrir que no sé muy bien qué sentirían ellos.
Quizás el hecho de estar inmersos en la adolescencia y vivir en una lucha constante de fuerzas me haga comprender que ya no son esos niños pequeños que, de alguna manera, me adoraban, confiaban en mí y sabían que yo hacía todo lo que podía por darles lo mejor de mí, tanto material como sobre todo inmaterial, mi amor, mi dedicación...
Hoy siento que aquellos niños son consecuencia de lo que yo les he dado durante todos estos años y que no tengo derecho a quejarme de su actitud actual cuando yo he permitido sus caprichos y su falta de colaboración durante más de una década.
Es en este momento en el que me gustaría ponerme delante de mi padre, al que tanto echo de menos, para pedirle su consejo. Seguro que me diría que un buen cosqui haría que se le quitaran las ganas de protestar, escaquearse o tratarme mal.
Y es que las cosas han cambiado tanto que no tengo mucha idea de cómo se debe actuar ante un adolescente, mucho más alto y fuerte que tú, que se niega a obedecer lo que le pides, básicamente por su bien. Es enfrentarse a un muro de hormigón, que te convierte en su diana de desprecio y recriminación.
Será que nunca fui una adolescente conflictiva que no comprendo porqué pasa todo esto. Trato de buscar la enseñanza que la vida trata de darme y aunque sigo los consejos de un buen consejero, de hacer de los darnos enviados contra mí, flechas sin destino, esquivándolos a lo mátrix, es cierto que alguna acierta y se clava en mi corazón, en lo más profundo, produciendo una herida que sangra y llora y llora.
Es duro ejercer el papel de padre o madre y hoy por hoy admiro a mis padres, que teniendo 9 hijos hicieron de todos ellos adultos responsables.
Ojalá pudiera mirar por una mirilla qué será de mis hijos, para relajarme desde ya y dejar fluir sin que esos dardos, dañinos y maléficos, no me hirieran tanto.
A veces escribo cartas a mis hijos, expresándoles todo mi amor, pero hoy por hoy reclamo un manual de instrucciones que no me dieron cuando nacieron para poder leer la parte de la adolescencia conflictiva.
A ti, papá solo quiero perdirte que desde donde estés, en el plano que sea, me mandes una inspiración, unas palabras mágicas, un hechizo o muchísima paciencia para pasar esta fase, dura, intragable y pesarosa de la adolescencia de mis hijos. ¡Uf! ¡qué desahogo...!

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