martes, 2 de junio de 2015

Empatizar con uno mismo

Me ves. Aparentemente serena. La voz no me tiembla. Suena fuerte, con energía. El discurso regala mensajes; el poema, melodioso, provoca sonrisas veladas.
Desde mi atalaya todo es diferente. La boca está seca. El estómago se contrae y produce murmullos callados que alteran el espíritu. Quieres oír y huir. Pero permaneces clavada en la silla sosteniendo una sonrisa que ni siquiera eres consciente de haber dibujado en tu cara.
Si miro a mi izquierda siento la energía del cariño de mis amigas. Su presencia me recarga. Sé que haga lo que haga reconocerán mi esfuerzo y eso me tranquiliza. Empatizan  conmigo, me sonríen...
Y llega mi hora.
Comienzo la lectura. Me oigo a mí misma por megafonía. No me reconozco, pero debo ser yo puesto que el discurso me suena. Casi me lo sé de memoria...
Y llegan esos fragmentos donde me equivoco ¿es eso un móvil? ¡Me cago en to lo que se menea!.¡Es un móvil sonando!
Me hago la sorda... Total...tengo a alguien importante a mi izquierda y quedaría realmente mal si suelto un improperio ahora. Mantengo el tipo junto a la señora. Sinceramente ni sé su nombre ni su cargo. Solo sé que se ha equivocado al escribir mi nombre y se lo he tenido que decir antes de que me presentara y ni siquiera yo fuese yo. Lo que me faltaba. Tuneo en aspecto y en nombre, no reconozco mi voz, ni sé qué hago mirando a más de 300 personas desde un cerro alto y lejano...
La mano tiembla. En la columna hormiguea el miedo. Suenan alarmas.
¡Colapso, colapso!
Entonces se produce algo curioso...empatizo conmigo misma. Estoy abajo y también veo a Irene en la mesa. Y me pongo en su lugar. Le infundo ánimos.
-Respira hondo- le susurro al oído- lo estás haciendo bien. No hay temor, no cabe la confusión.
Y en ese diálogo interno las palabras fluyen.
- ¡Cuantas eses me salen!- pienso mientras dejo a mi cerebro tomar las riendas- ¡si parezco de Pinilla!.
¡Vuelve al acto, inconsciente! ¿No ves que hay muchos ojos mirándote?
He terminado la prosa - descubro. Lo difícil ya pasó- me regocijo de repente- el poema es pan comido.
Y miro a Elena. Me sonríe. Me pongo en su lugar..."Van a leer un poema que me han dedicado exclusivamente a mí en un acto público. ¿Cuántas veces ocurrirá eso en mi vida?"
Vive el momento, Elena. Tú eres la responsable de mis sudores fríos al sugerir que algunos de los padres o madres escribiésemos algo para hoy. Me tocaste la vena ególatra y ahora la vena aórtica está a punto de estallar por eso...
Respiro profundamente y me relajo.
Como en el final de un parto, siento un gran alivio cuando entono el ultimo verso. Hecho está... Facio factum est.

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