martes, 5 de abril de 2011

Eliminar el futuro

Hoy una querida amiga me ha contado que un familiar suyo se ha suicidado. Un hombre joven ha tomado la decisión de bajarse del barco de la vida porque, imagino, las cosas no le irían bien. No he profundizado preguntando las razones que podrían haber llevado a alguien a tomar esa trágica decisión, pero he sentido la necesidad de hablar de este tema.
En alguna ocasión a lo largo de mi vida se me ha pasado por la cabeza ese mismo camino, cuando las cosas no iban como yo quería, cuando me sentía hundida y no conseguía encontrar ningún camino por dónde ir.
Me pasó cuando era una adolescente y me sentía diferente a los demás, oculta en una gran familia no tenía identidad propia y una Irene, insegura, pugnaba por salir a un mundo nuevo que se empezaba a esbozar ante mis ojos. Era un 22 de noviembre. Mi mente, triste, fantaseaba con la idea de salir de esa situación de la manera más cómoda y cobarde. Veía a mi familia triste por mi marcha, sin comprender porqué habría tomado esa decisión. Yo los veía desde mi hipotético lecho de muerte, y les decía mentalmente que deberían haberme prestado más atención.
El canto tardío de un pájaro en aquel otoño de hace muchos años, me sacó de aquellas absurdas ensoñaciones y sentí que debía darle una oportunidad a la vida.

Años después esa misma idea se presentaba ante mí como la única y posible salida ante una ruptura sentimental. En aquel momento me vi sin ganas de vivir, sin ilusiones. De repente todo lo que había imaginado para mi vida se derrumbaba y sentía que dejaba de tener sentido seguir.
Mi querida hermana, una vez más, estuvo allí para hacerme entender mi valía y deseché la idea para siempre.
Desde entonces me he hundido en algunas ocasiones, como el año pasado, pero nunca más he vuelto a recurrir a un pensamiento tan trágico y absurdo. La vida es maravillosa en sí misma, y merece la pena vivirla, con sus altibajos, con sus alegrías y sus penas, con sus adquisiciones y con sus pérdidas. Debemos ser fuertes y no dejarnos llevar por el impulso momentáneo de salir corriendo hacia el abismo, porque solo dando un paso atrás, si giramos un poco la cabeza, podemos ver la sonrisa de cualquiera que es feliz.
Solo hay que aprender a valorar todo, desde lo más insignificante, porque todo tiene su sentido y todo conforma la vida. Y no pensar en el futuro, porque el futuro no existe, sino en el presente. Disfrutar de las pequeñas alegrías que recibimos cada día, gozar de los besos de tus hijos como gotas de amor incondicional, regocijarnos con el piropo que nos lanza alguien que no nos ve desde hace mucho tiempo y aceptar que sí, que somos bellos. Dejar de un lado todo pensamiento triste y negativo que se nos pase por la cabeza, porque ese pensamiento no nos llevará a nada bueno.
Ahí queda mi reflexión de hoy. Llamémosle "Canto a la Vida" porque los que estamos en este barco, queremos seguir flotando en él y siempre miraremos hacia la parte donde brilla el sol.

1 comentario:

  1. Realmente hermoso Irene. Dices verdades como templos ¡Ojalá tod@s sean capaces de alcanzar esa felicidad como tú lo has conseguido!Enhorabuena.
    Tus palabras ayudan mucho a los demás.

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