jueves, 6 de mayo de 2010

El paseo

Clinc, clinc, suena la campanita de la bicicleta. Un ronroneo extraño suena a mi derecha y apenas entiendo lo que están hablando. Un extranjero trata de explicarle algunas palabras en castellano a su compañero y me entra risa cuando dice con mucho acento las palabras "calzoncillos" y "bragas". Se ríen. Y siguen hablando. Creo que es alemán. Oigo una campana ´metálica: el nuevo tranvía se acerca por la avenida de la Constitución. Su lento paso me hace pensar de nuevo en la utilidad de su funcionamiento. Nunca me he montado pero va lleno de personas hablando. La paz vuelve cuando gira hacia la Plaza Nueva. Estoy esperando mi cerveza que no llega. Las tripas me crujen anhelantes de algo sólido que les ofrezca. Muchas personas pasan frente a mí. Las motos empujadas por sus conductores para no romper con su rugido la paz que nos rodea. Queda lejos en el tiempo el bullicio de la semana santa en esta rua. Tampoco se puede ver ya la cera y el azahar, aun siendo mayo, ya no huele. Grupos de ancianos, de jóvenes y niños pasean en un orden desordenado sorteando las vías que jalonan la avenida.

El andar cansado del anciano se atropella con el caminar acelerado de la chiquillería. Son la sangre que alimenta esta arteria de Sevilla.
Las bicicletas han colonizado este espacio. Circulan por el inmenso carril que es la calle. Otra vez llega el tranvía y como una flor la muchedumbre y los ciclistas le abren paso. Todo se cierra después.
Las imágenes de la fnac me miran desde el otro lado de la calle. Me chocan. Desde mi izquierda los edificios maravillosos de la avenida se incomodan con la cicatriz que supone ese compañero en mitad de la avenida.

Esa pared lisa ribeteada de fotos en blanco y negro acabará encontrando su identidad, pero ahora mismo no me inspira. Aquel otro, en la esquina que no es esquina porque es circular, me atrae irremediablente. Como una tarta infantli sus distintas plantas me demuestran una belleza individual, singular y diferente. No sabría decir cual es la más bella por que todas me fascinan.
¿Soy privilegiada? Hoy siento que sí. He paseado con personas mayores del valle del Lozoya. Les he estado mostrando Sevilla, la Catedral y el Alcázar. Me han escuchado con atención y he sido consciente de cuanto se puede disfrutar con esas visitas. Y solo tengo 42 años. Una de las personas tenía 85 y me ha contado que en el año 43 fue en camión a Pinilla con mi tío Liberato. Mi tío al que no conocí porque murió muchos años antes de que yo naciese.

Pero me ha encantado. Vuelvo a pensar en lo valioso que es expresar lo que nuestras mentes atesoran. Todos somos cofres que guardamos pensamientos únicos. No sabemos lo especiales que somos hasta que no nos enfrentamos a nosotros mismos y descubrimos que cada experiencia va forjando nuestra personalidad.
Por todo ello escribo. Aquí queda esta Irene del 6 de mayo de 2010. Mis pensamientos pasarán por mi cabeza, pero permanecerán escritos en mi pequeño rincón virtual para compartirlos con quien quiera pasar por mi casa.

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