El andar cansado del anciano se atropella con el caminar acelerado de la chiquillería. Son la sangre que alimenta esta arteria de Sevilla.
Las bicicletas han colonizado este espacio. Circulan por el inmenso carril que es la calle. Otra vez llega el tranvía y como una flor la muchedumbre y los ciclistas le abren paso. Todo se cierra después.
Las imágenes de la fnac me miran desde el otro lado de la calle. Me chocan. Desde mi izquierda los edificios maravillosos de la avenida se incomodan con la cicatriz que supone ese compañero en mitad de la avenida.

Esa pared lisa ribeteada de fotos en blanco y negro acabará encontrando su identidad, pero ahora mismo no me inspira. Aquel otro, en la esquina que no es esquina porque es circular, me atrae irremediablente. Como una tarta infantli sus distintas plantas me demuestran una belleza individual, singular y diferente. No sabría decir cual es la más bella por que todas me fascinan.
¿Soy privilegiada? Hoy siento que sí. He paseado con personas mayores del valle del Lozoya. Les he estado mostrando Sevilla, la Catedral y el Alcázar. Me han escuchado con atención y he sido consciente de cuanto se puede disfrutar con esas visitas. Y solo tengo 42 años. Una de las personas tenía 85 y me ha contado que en el año 43 fue en camión a Pinilla con mi tío Liberato. Mi tío al que no conocí porque murió muchos años antes de que yo naciese.
Pero me ha encantado. Vuelvo a pensar en lo valioso que es expresar lo que nuestras mentes atesoran. Todos somos cofres que guardamos pensamientos únicos. No sabemos lo especiales que somos hasta que no nos enfrentamos a nosotros mismos y descubrimos que cada experiencia va forjando nuestra personalidad.
Por todo ello escribo. Aquí queda esta Irene del 6 de mayo de 2010. Mis pensamientos pasarán por mi cabeza, pero permanecerán escritos en mi pequeño rincón virtual para compartirlos con quien quiera pasar por mi casa.
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