viernes, 7 de mayo de 2010

La duna

La duna resiste al viento. Es más, está ahí para mantenerse impertérrita con su paso.

El cardo se agarra a su lomo para no salir volando. Líneas de naturaleza vertical se mecen al susurro de la brisa que fría y erizante corre sobre la arena. Es vegetación de la playa que se adapta a la salina, a los vientos, a los envites del mar bravo de invierno, e incluso a las basuras que los humanos nos encargamos de esparcir a su alrededor. En la playa mástiles clavados en la arena esperan el meneo que indica que una vida, al otro lado, está a punto de sucumbir. El pescador espera hasta que el sol se apaga en el mar. Yo lo observo, me paro para respirar la sal que flota con la brisa.
Oteo el horizonte y trato de captar con mi cámara el sol que huye. Un instante más de la vida. La vivo, la huelo, la siento. He vivido intensamente un día más dejando pasar lo negativo. No he dejado que se asiente en mi interior. Como la duna, dejo que los malos vientos pasen y me adapto a todo lo que me llega sin que me afecte. Estoy aprendiendo de la naturaleza la manera de vivir. Debería haber aprendido a escucharla mucho antes.

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