jueves, 28 de julio de 2011

Paseos por Cantabria...


En estos días en los que me estoy dedicando a visitar Cantabria, he descubierto rincones tan variopintos y hermosos que no sé muy bien cómo comenzar a escribir esta entrada. Son tantas las sensaciones que me producen estos lugares que ni esforzándome soy capaz de expresarlas en este rincón virtual que me sirve, también, de cuaderno de viaje.
Ayer visité la Cueva del Soplao. ¿Qué puedo decir de una maravilla que escapa a toda lógica racional? Me impresiona como la naturaleza es capaz de formar, con el paso del tiempo, formaciones tan asombrosas como las que se encuentran en esta increíble cueva. Sus formaciones excéntricas son tan fascinantes e increíbles que los geólogos que las estudian no consiguen dar una explicación racional sobre cómo se forman. Estalagtitas y estalagmitas al uso, de esas que se unen formando columnas milenarias están por todos lados. Eso es normal en casi todas las cuevas que están abiertas a las visitas. Pero en esta cueva hay otras que se retuercen, que parecen corales blancos colados a los techos rojizos por el hierro o blancos por las calizas...Y se encuentran formaciones que asemejan a grupos de fantasmas de dibujos animados saliendo de las entrañas de la tierra, o un portal de Belén con todas sus figuritas, una gallina con sus polluelos o una impresionante lámpara blanca como la nieve.


Hoy he visitado el bosque cántabro e igualmente me ha sorprendido sentir el otoño en pleno julio. Un bosque con hayas, acebos, robles, helechos y musgo me transportó inmediatamente al bosque prohibido de los libros de Harry Potter. Imaginaba que en cualquier momento iba a aparecer por detrás de alguno de los impresionantes árboles centenarios (o milenarios) que allí habia, una araña gigante o un centauro mágico para corroborar que ese espacio no podía ser real. Pero lo era. Y al rozar con mis manos esos troncos sólidos y con tanta vida acumulada, he sentido que soy apenas un suspiro en la vida y que los momentos han de ser vividos plenamente, cada instante, disfrutándolos como algo único...

El paseo de la tarde nos ha llevado a otras vistas impresionantes de estas tierras. Hemos ido a las playas que circundan San Vicente de la Barquera. En Oyambre he descubierto porqué la carne es tan buena en estas tierras. Una granja, en lo alto de un acantilado ofrecía a las vacas una vida espectacular. De un lado, el mar Cantábrico se presentaba salvaje frenado por las rocas del acantilado, en el otro, las vacas podían observar, mientras pastaban en prados de un verde rabioso, la playa semicircular de Oyambre, azul del mar, amarillo de la arena, y verde de la montaña que besa la playa.
El baño, casi al atardecer, ha roto mis esquemas sobre el agua del Cantábrico. Mis niños, con sus nuevos neoprenos, entraron sin miedo en las aguas cristalinas de la playa. Yo, temerosa, algo avergonzada al mostrar mi blanca piel en mi primera exhibición de biquini postdieta, me acerqué a la orilla. El agua, cálida y suave, me besó los pies y me incitó a zambullirme en su seno. Será por el impacto térmico que sufrí la semana pasada en la cascada del Purgatorio o porque me estoy acostumbrando a estas temperaturas, pero el hecho es que me he sentido maravillosamente bien dentro del agua...Salir de ella ha resultado más duro, porque el sol de la tarde calienta poco y apenas se superarían los 22 grados. Así que he llegado a casa con la piel bien curtida por el mar y el frío.
Mañana será un día más para disfrutar por estas tierras que me parecen infinitas, con miles de paisajes, olores y sabores.

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