
Cuando lo he visto no he podido resistirme y he ido, veloz pero contenida, a refrescarme bajo esas aguas. Lo reconozco, aunque me cueste. Ha sido un acierto poner microaspersores en la Alameda de Hércules de Sevilla. A las diez de la noche se marcan 37 grados en el termómetro, y toda la ropa sobra. Pero una vez mojada el aire cálido se siente de otra forma. El sentarse en el velador, bajo el influjo de las microgotas, para tomarse una tapa a esta hora de la noche se convierte en un verdadero placer. He salido y casi me siento extraña. Sin prisas, observando la gente pasar y sintiendo como la noche cae tarde, en esta Sevilla que acabo de redescubrir.
Preciosa entrada.
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