sábado, 10 de julio de 2010

Guadalquivir



La noche no acababa. En una Sevilla desierta un viernes de julio pasear por sus calles se convirtío en un lujo. Poca gente disfrutando de los múltiples veladores aguantó llegada la madrugada. A las dos Sevilla vacía me mostraba sus encantos en una noche plagada de conversaciones y buena compañía. El sonido de mis tacones sonaba como tamboril en el Rocío. Molesto pero evocador de historias.
La Encarnación, cambiada, me traía un recuerdo difuso del pasado a la memoria. Ya solo quedan los grandes árboles respetados que me vieron besar por primera vez. No queda la fuente, ni los bancos en los que nos sentábamos las niñas del Velazquez cuando quedábamos con los niños del San Isidoro a la hora del recreo. Aquello cambió, como todos nosotros hemos cambiado.
La calle Franco, desierta, me evoca la época universitaria. Allí estaba "Una noche en la ópera" y el "Salsaya" aquellos discobares en los que daba para beber, charlar o bailar. Cuántas veces bailé el "Devórame otra vez" de Lalo Rodríguez con personas de múltiples nacionalidades. Era la época en que se empezó a beber ron de caña y en el que la música salsa triunfaba en España. Hoy la calle parecía otra.
Y cuando he visto el Guadalquivir no he resitido sentarme en su orilla. Mis pies, colgando hacia el abismo negro de sus aguas. y Triana al fondo me recordaba las tardes que paseaba junto al río hace mil años. En Chapina, el tapón que el río tenía en el lugar donde está ahora el puente del Cachorro, había un parque donde la pandilla se reunía a veces para charlar durante horas. Y anoche hablé y hablé. Evoqué tanto pasado que mis sueños han estado plagados de recuerdos.
No recordaba esa Sevilla y anoche el paseo fue más que un pasar por las calles, fue una vuelta a mi pasado y a todas las sensaciones que un día ya sentí.

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