miércoles, 14 de julio de 2010

¿Sí?

Su dringgg contínuo, de momento, te exaspera. Te interrumpe de algo importante que haces y sientes cierto fastidio por dejarlo y correr veloz a su llamada. Si no corres estás segura de que tu esclavito virtual contestará por tí y la persona que está al otro lado dibujará una mueca de fastidio en su cara. Así que desciendes por las escaleras como si te fuese persiguiendo un lobo por la montaña. Con el corazón en la garganta llegas antes de que toque el cuarto y último tono y casi asfixiada dices ¿Diga?
Lo que te digan en ese momento marcará tu estado de ánimo en los siguientes minutos...
Un "hola...la señora de la casa?" te pone directamente alerta o de mala leche.
Un "¿Irene?" te da curiosidad "¿Quién eres?", respondes.
Sí...atender el teléfono fijo de mi casa puede hacerme pensar hasta el punto de inspirarme una entrada de mi blog.
Porque cada vez que suena no sé lo que me espera después. Puede ser la llamada de una amiga de la que hace mucho que no sabes nada y de repente una sensación de alegría inmensa te recorre todo el cuerpo. Te cuesta hablar porque la sonrisa se ha clavado en tu cara y no sabes ni por donde empezar a preguntar. Son las llamadas que más me gustan.
También puede ser la llamada de rutina, la que sabes qué contenido tendrá ¿quién recoge a los niños en el cole? ¿tienes huevos, cebolla, pepino..etc, para prestarme? Esas las atiendes cortésmente porque en el hacer favor está la semilla de tener buenos vecinos.
A veces las llamadas son terribles, como las que anuncian esos anuncios de tráfico que me ponen siempre los pelos de punta. De esa solo recibí una, que anunciaba la muerte de mi padre, y durante mucho tiempo temí que se repitiese otra vez. Esas son las que menos me gustan.
Hace años añoraba recibir las llamadas del amado. Permanecía junto al teléfono fijo (porque los móviles eran un sueño todavía) deseando que ese aparatejo tintinease para mí. Esas llamadas eran la gasolina que necesitaba cada día para sentirme feliz y ahora, pasado el tiempo, pienso que debía haber tenido un mechero para haberme quemado a lo bonzo mientras esperaba aquellas llamadas llenas de palabras que derivaron en mentiras.
Es cierto que ahora usamos menos el teléfono porque nos comunicamos de otras maneras, pero no puedo evitar sentir emoción cada vez que mi teléfono suena.
Y ahora os dejo que sonó mi teléfono y tengo que oir el mensaje que hay en el contestador...

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